Que el riesgo no mate la innovación
La crisis económica actual y la necesidad de optimizar costes en un entorno de ingresos inciertos llevan a algunos directivos a cuestionar temas como la compatibilidad entre la innovación y la gestión de riesgos. Ninguna empresa es sostenible en el tiempo sin una innovación continua y el pragmatismo empresarial hace esencial apostar por ésta. Ahora llamamos sostenibilidad al principio elemental de supervivencia de las organizaciones, pero lo cierto es que estas necesitan reinventarse periódicamente para no perder su capacidad de generar valor añadido. En definitiva, ese valor añadido es la materia prima que redistribuye entre sus empleados, accionistas, clientes, proveedores y otros terceros, como los agentes sociales y las Administraciones públicas.
Innovar es algo tan simple, y a la vez tan complejo, como hacer mejor lo que ya hacemos (eficiencia), hacer lo mismo que ya hacemos en nuevos mercados o segmentos (expansión) o crear nuevos productos o servicios (diversificación). Frente a estos conceptos: eficiencia, expansión y diversificación: ¿cuál es la posible incompatibilidad con la gestión de posibles amenazas?
Si aceptamos que, al margen de definiciones técnicas más precisas, la gestión de riesgos es la aproximación sistemática a los mismos basada en la experiencia pasada y en la búsqueda de una anticipación razonable a eventos futuros, es difícil entender la incompatibilidad. La gestión de riesgos no trata de eliminar éstos de forma absoluta sino que busca que sean asumidos de forma consciente. Probablemente la supresión de cualquier amenaza al cumplimiento de los objetivos implicaría la eliminación de los posibles beneficios.
Una vez identificados y valorados los diferentes riesgos e incertidumbres asociados a la evolución futura, cada organización decide hasta dónde quiere jugar esa partida. Sobre esa base las decisiones están más fundadas y las políticas de cobertura de esos riesgos, internas o externas, responderán mejor a los objetivos de los accionistas (actuales) o de aquellos inversores potenciales para los que los principios de buen gobierno corporativo y la ética de los negocios demandan una transparencia sin verdades a medias.
Y frente a esto, la innovación, elemento clave de éxito en la sostenibilidad empresarial, no admite ninguna lectura diferente. Innovar es preciso e ineludible para la mejora de cualquier organización. Pero requerirá tomar decisiones sobre cómo, con qué objetivos o con cuántos recursos, y esto en absoluto es incompatible con una buena gestión de riesgos. Esta disciplina ayuda a los directivos a priorizar la importancia de la innovación y sirve para hacer explícitos los efectos que puede tener una innovación mal encauzada o inexistente.
Cuesta entender un planteamiento que defienda que sólo se puede innovar al margen de un análisis serio, sistemático y riguroso de los riesgos y sus efectos. En una decisión de inversión preferiría, sin lugar a dudas, que los resultados de la misma no estuvieran sometidos exclusivamente al azar o a una idea feliz. Ya sabemos todos que quizá los beneficios podrían ser muy importantes pero ¿y las pérdidas?
En definitiva, la incompatibilidad entre la innovación y el análisis sistemático de las oportunidades y amenazas no existe. Es más, la gestión de riesgos nos obliga a innovar, del mismo modo que la innovación en técnicas de gestión demuestra que la asunción controlada de riesgos mejora las empresas y crea valor y beneficios, a corto y largo plazo. Y esto también es importante en un entorno difícil como el actual. Ojo, no vayamos a aplicar la tijera en actividades vitales para la empresa.
José Díaz Morales. Socio Responsable de Business Risk Services de Ernst & Young