La burbuja que no creó nada
Primero vino la Segunda Revolución Industrial y la eclosión de las dinastías bancarias. Los años 20 vinieron marcados por la aplicación de la electricidad a la industria y la generalización de la economía de consumo. Y en los años 90 llegó la revolución de las tecnologías de la información. Cada una de estas etapas trajo consigo una burbuja financiera, una recesión y muchas víctimas en la cuneta. Pero, cuando el polvo de la crisis se asentó, aportaron algo a la primera economía del mundo.
No sucede lo mismo con la burbuja inmobiliaria formada nada más acabar la crisis de 2000. Una burbuja única, y únicamente perversa. Y lo mismo cabe decir de la burbuja inmobiliaria española. ¿Qué ha quedado después? ¿Hay algún aspecto positivo que haya aportado a la economía española? Más allá de empleos poco productivos y con la misma fecha de caducidad que la propia burbuja, de angostas promociones en los páramos a decenas de kilómetros del núcleo urbano más cercano o de destrozos irreparables en la costa, resulta difícil sacar otros fines para la inmensa deuda acumulada por las familias españolas.
No hay que prestar demasiada atención a los políticos que hablan de un “cambio de modelo” para la economía española. Se lleva diciendo desde hace más de 10 años, y nada se ha hecho por fomentarlo. Pesaba demasiado el cúmulo de intereses creados, la bonanza de corto plazo y la ilusoria riqueza proporcionados por el ladrillo. Y el propio mercado se encargará, ya se está encargando, del cambio de modelo. Por más que por un adosado en la periferia de una ciudad mediana española se pida más que por un chalet a las afueras de Ginebra, como relataba anteayer Cárpatos en www.serenitymarkets.com