El 'credit crunch' del rey Eduardo I
El rey tenía acceso a líneas de financiación y no dependía del irregular ritmo de cobro de impuestos y tasas. Y los banqueros se beneficiaban de su labor, gracias a la aportación de sus socios, a los depósitos y al préstamo de otros mercaderes, una suerte de mercado interbancario. Además, también se encargaban de recaudar los impuestos papales para las Cruzadas.
Hacia 1290 el Papa y el rey llegaron a un acuerdo para una nueva Cruzada, y a los Ricciardi se les encargó de disponer de los ingresos papales en nombre del rey, recaudados por otros mercaderes que entregaron compromisos de pago a los Ricciardi. Pero poco después estalló la guerra entre Inglaterra y Francia, y los Ricciardi fueron incapaces de atender las necesidades financieras del rey, pues no podían hacer líquidos los compromisos de otros mercaderes y el mercado interbancario estaba cerrado.
Tres profesores de la Universidad de Reading acaban de publicar un estudio sobre el credit crunch de
1294, cuyas causas fueron bien distintas pero cuyas consecuencias son algo más familiares: los problemas de liquidez acaban degenerando en problemas de solvencia, las prácticas usuales en la banca se convierten en perniciosas, el sector público debe cubrir con deuda la falta de crédito y, en fin, el banquero acaba siendo el malo.
El rey Eduardo rompió con los Ricciardi, pero acabó en manos de mercaderes con menos capital que acabaron por pedirle intereses más altos. Y en 1299 tenía un nuevo socio: la familia Frescobaldi de Florencia. Hace 715 años había dilemas morales y entidades demasiado importantes como para dejarlas caer o prescindir de ellas. La historia se repite.