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Tribuna
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¿Hacia dónde va la dirección de empresas?

Hoy no es infrecuente oír en el mundo de los negocios reflexiones sobre hacia dónde irá la dirección de las empresas. Es una pregunta totalmente legítima ante el resultado tan negativo de la gestión de algunas instituciones financieras, especialmente bancos de inversión, en gran parte causantes de la presente y severa crisis. Esta misma crisis ha hecho que muchos proyectos empresariales estén fracasando y, por ello, que surjan preguntas sobre la calidad de la dirección o, en este caso, del empresariado en general.

¿Hacia dónde irá la dirección de empresas? Es difícil responder a esta pregunta con fundamento científico o, al menos, con cierto rigor académico. Pocos estudios empíricos hacen referencia a ello. Lo que hoy existe es un gran número de opiniones de expertos. Yo me adhiero a aquellos que consideran que los cambios en la dirección de empresas son procesos lentos, progresivos y debidos a factores estructurales más que coyunturales.

Entre estos factores cabe subrayar la progresiva internacionalización que conlleva un cambio de intensidad en los factores de competitividad y la consiguiente especialización de las empresas. A esta tendencia se añade el aumento de las exigencias de los afectados por la gestión empresarial y por la mayor exigencia de los consumidores; de los accionistas (asustados por determinadas prácticas de los directivos), de políticos y Administraciones públicas (a través del marco regulador), y de grupos pro medioambientalistas. Aumentará también la escasez relativa de algunos recursos, así como la de personas preparadas (en cuanto pase la actual crisis y la tecnificación de los diversos ámbitos de gestión).

Estos factores presionan a los directivos en tres líneas, todas orientadas a una mayor profesionalización en el ejercicio de su función. La primera es un aumento de los conocimientos y la necesidad de un constante aprendizaje. La especialización, la complejidad técnica, la intensidad competitiva y la diferencia cada vez mayor entre puestos directivos y sectores obligarán al directivo, como ya pasa en otras profesiones, a estar en un constante proceso de aprendizaje. El segundo factor es la mayor intensidad del trabajo directivo en las relaciones interpersonales, ya sea con el propio equipo o con los diversos grupos de interés, sean éstos el conjunto de accionistas, el consejo de administración, los superiores, los proveedores, los clientes, las Administraciones públicas… Todos estos factores requieren una enorme capacidad de relación, de negociación, de persuasión… En estas relaciones, la legitimidad y la confianza serán más requeridas: se exigirá, con más intensidad, resultados y comportamientos éticos a la vez, no como un trade-off sino como un binomio indisociable y con una visión del negocio sostenible en el medio y largo plazo.

El tercer factor tiene que ver con lo que podríamos llamar la dimensión de sentido de los proyectos empresariales. El directivo tendrá que ejercer como fuente de significado y sentido del proyecto empresarial, como fuente de motivación de su equipo, como promotor de una cultura organizativa responsable y comprometida empresarialmente. En definitiva, el directivo deberá ejercer un liderazgo de mayor calidad humana ante unos equipos cada vez más preparados y más exigentes. Esto requiere del directivo un mayor nivel de reflexión y maduración, y un contacto con las auténticas motivaciones del quehacer personal y profesional y, por qué no, un mayor grado de conciencia e interioridad.

Para algunos autores, la situación actual plantea la conveniencia de un tipo de liderazgo y de dirección que suele ser más frecuente entre las mujeres que entre los hombres. Es cierto que los estilos de liderazgo y dirección no están vinculados directamente con uno u otro género, sino que depende de cada persona. Pero también es cierto que la mayoría de los estudios apuntan a que entre las mujeres, en promedio, está más presente la sensibilidad y habilidad del trato humano, una ambición más medida y una visión algo más estable y con mayor perspectiva temporal.

Estas reflexiones concluyen con algo evidente: vivimos un momento en el que los directivos han de asumir un reto importante. La realidad social y empresarial requiere y necesita que los directivos estén a la altura de las circunstancias y de los cambios exigidos. Si los directivos aportan lo que tradicionalmente ha sido su contribución (capacidad de emprendimiento, ambición de mejora, sentido de la responsabilidad, capacidad de toma de decisiones…) y lo hacen con una visión renovada y actualizada, respondiendo a las tendencias apuntadas, contribuirán positivamente a la sociedad y seguirán siendo un factor positivo de transformación y lleno de posibilidades. Así lo deseamos muchos.

Carlos Losada. Director genereal de ESADE

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