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Tribuna
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Ante la crisis, reformas y determinación

Los augurios para 2009 y 2010 son pésimos. El optimismo de hace un año se ha trocado en un pesimismo generalizado. Pero las buenas decisiones deben abstraerse de pánicos y euforias para ser efectivas. Es necesario identificar las causas y ponderar las medidas que sirvan para cambiar el signo de las tendencias negativas.

Tomemos como ejemplo la negociación sobre la financiación. Demasiadas voces pedían aparcar este asunto argumentando que es necesario poner toda la atención en la crisis. También se ha cuestionado que fuera el momento para cumplir el nivel de inversiones públicas que fija el Estatut. ¿Alguien puede sostener que es perjudicial la adecuada financiación de los motores de la economía para hacer frente a una crisis? Si en Europa se espera que Alemania o Inglaterra reaccionen y den un impulso que beneficie a todos, en España se debería pensar lo mismo en relación a Cataluña y, por lo tanto, entender que es ahora cuando más conviene eliminar aquellas trabas a su desarrollo derivadas de una injusta financiación y de una insuficiente inversión.

Otro ejemplo son las políticas de lucha contra el cambio climático que se han pretendido aplazar o suavizar con la misma excusa. Pero ¿no está en la sobredependencia y el sobreconsumo de combustibles fósiles parte de los males que han provocado la crisis actual? Y ¿no están en los efectos del cambio climático parte de las amenazas para la economía de los próximos decenios? En consecuencia, luchar contra las causas del cambio climático es luchar contra causas de esta crisis y de las futuras.

Lo mismo ocurre con la intención de no reformar las haciendas locales. Sea bienvenida la aportación económica que han recibido los ayuntamientos para realizar algunos proyectos, pero sólo son paños calientes al estrangulamiento de los ingresos municipales. Lo que debe emprenderse es la reforma a fondo del modelo existente, para que los consistorios dejen de ser tan cautivos de la ocupación y la transformación del suelo para obtener ingresos suficientes.

En ninguno de los casos citados, la crisis justifica el freno de las reformas sino todo lo contrario: exige que se realicen con prontitud, profundidad y determinación. Virtudes que también son necesarias para acometer la política de estímulo de la economía. Por eso, aunque urja, no debemos limitarnos a inyectar recursos públicos a sectores debilitados por la crisis para mantenerlos a flote sin analizar por qué han sido tan vulnerables.

Para las personas que han perdido su puesto de trabajo, han visto mermado su poder adquisitivo o se sienten en situación precaria, los problemas de la construcción o de la automoción y sus derivados son un drama personal que merece acción por parte de los Gobiernos. Sin embargo, debemos preguntarnos si la recuperación de estos sectores significa volver a las condiciones previas, si exige que cada familia aumente la posesión de viviendas y de vehículos más allá de sus posibilidades y de sus necesidades reales. Debemos ser claros y decir que no.

Las crisis tienen muchas caras negativas pero tiene una de potencialmente positiva: realizar reformas en profundidad que dibujen un nuevo escenario. Por eso, la respuesta a la crisis no puede basarse sólo en la modulación de los tipos de interés y de los impuestos o en la movilización de recursos públicos para sostener bancos, dar liquidez al sistema y atender las necesidades de los perjudicados. Necesita con igual prioridad y empeño una profunda reflexión sobre la reformulación y la reorientación de los aspectos de la economía que han fallado y que ya no pueden sostener la prosperidad futura. No será con visiones conservadoras -a menudo disfrazadas de izquierdas- como encontraremos respuestas a un reto tan acuciante.

Felip Puig i Godes. Secretario general adjunto de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC)

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