La crisis en España exige medidas extra
El Gobierno ha insistido reiteradamente que la crisis que sufre España es fruto de la recesión mundial tras el colapso financiero internacional. Es una verdad a medias. La economía nacional es prisionera de sus propias deficiencias y era cuestión de tiempo que aflorarán tras catorce años acumulando desajustes. La crisis internacional simplemente ha acelerado el proceso y, sobre todo, lo ha agudizado.
La Comisión Europea se limitó ayer a constatar estas carencias con la publicación de sus previsiones económicas para este año y el próximo arrojando un alarmante desfase en el ritmo de recuperación de España. La recesión se alargará al próximo año, mientras que el resto de los socios europeos empezarán a salir del túnel posiblemente a la vuelta del verano. Así, el PIB español continuará en 2010 en recesión (con una caída del 1%) cuando la media de la UE rondará el cero. Y el desempleo alcanzará el 20% doblando la media comunitaria.
Y lo más preocupante de estas cifras es que nacen desfasadas. Parece dudoso que este año cierre el PIB con una caída sólo del 3%, cuando en un sólo trimestre ha descendido un 1,8%. Para cumplir con la cifra sería preciso que los trimestres que faltan fuesen mucho menos contractivos, lo que resulta improbable con los indicadores adelantados, como consumo de electricidad o ventas de automóviles, en la mano. Respecto al paro, los datos de la Comisión nacen también muertos pues calcula una tasa del 17,3% para todo el año, cifra superada ya en marzo.
El Gobierno no puede seguir culpando de la profundidad de la crisis al entorno internacional; especialmente, cuando España empiece a quedarse rezagada con los primeros compases de la recuperación. Muchos análisis han determinado cuáles son esas deficiencias que lastran la economía nacional: carencias formativas; mercados ineficientes -con servicios más caros-; abultado déficit por cuenta corriente que ha llevado a la economía española a depender de la financiación externa; sectores de escaso valor añadido -como la construcción residencial o el turismo-; retraso en investigación; infraestructuras que han mejorado notablemente pero que todavía no son de calidad; una administración inflada que dificulta el funcionamiento de las empresas y paraliza la aparición de emprendedores; o un mercado laboral dual que protege en exceso a los fijos y abandona a los temporales. En suma, una economía mucho menos competitiva.
La crisis exige medidas cortoplacistas para paliar la caída de la demanda y sostener algunos sectores muy afectados. Pero sobre todo, España precisa muchas reformas si quiere cambiar su modelo productivo y poder competir en las próximas décadas en el pelotón de cabeza. El Gobierno propondrá un pacto de Estado en breve para abordarlas, pero todo será en vano si no lo afronta con voluntad de diálogo para aceptar soluciones ajenas.