Elena Salgado marca sus reglas de juego
Había expectación ante el estreno público de Elena Salgado como vicepresidenta segunda. Ayer recibió su bautismo de fuego, primero en el Congreso y luego ante los periodistas. Y no defraudó. Para empezar, no cayó en el error de desgranar una batería de ideas milagrosas contra la recesión. Habría sonado a improvisación, una crítica que viene recibiendo el Gobierno -justificadamente- cada vez que ha presentado alguno de sus múltiples planes anticrisis. La urgencia derivada de la dramática situación económica no justifica la precipitación. Habrá tiempo de juzgar a la ministra por el fondo de su política. Ayer tocaban las formas: fue cautelosa en las respuestas, pero segura, y aunque realista, se mostró voluntariosa y decidida.
Los cambios políticos suelen sentar bien a la economía, especialmente cuando se detecta cierto grado de agotamiento, algo patente con Pedro Solbes. Pero Salgado tenía ayer la difícil tarea de dar la impresión de que algo ha cambiado con su llegada sin poner en entredicho a su predecesor. Lo logró al confirmar en pleno al equipo heredado. El caso del saliente secretario de Estado de Economía, David Vegara, lo salvó ofreciéndole en público continuar en su cargo si fuese su voluntad. Para zanjar el pasado, aclaró que toda la política no puede asociarse con una sola persona. Políticamente impecable.
Sin embargo, marcó una distancia importante respecto a Solbes al declarar que, a pesar del extraordinario esfuerzo fiscal que implican las medidas ya aprobadas, todavía hay margen para nuevas decisiones. Margen, pero especialmente ganas de ponerlas en marcha -se sobrentiende-. Pero matizó, a renglón seguido, que, aunque está decidida a 'seguir actuando' en defensa del empleo, siempre será con fórmulas selectivas. Y a poder ser, sin impacto para las cuentas públicas.
Obviamente, Salgado no tiene la varita mágica. En este sentido, no cabe esperar medidas muy diferentes a las que hubiese podido adoptar Pedro Solbes. Máxime cuando Salgado se ha quedado con el mismo equipo de ideólogos. Pero el matiz hiperrealista -derrotista para muchos- del alicantino ha supuesto un flanco débil para el Gobierno que la oposición, con el PP en cabeza, ha pretendido explotar. La vicepresidenta viene a cerrar ese hueco.
Aunque poco desveló de su futura política, sí incidió en que se encaminará a un cambio de modelo y precisó que trabajará para diseñar el escenario para después de la crisis. Encomiable meta que ojalá culmine con éxito. Su receta: mejor reformas estructurales que medidas con coste fiscal. Habrá que esperar y ver. La duda ahora es si Salgado tendrá la suficiente fortaleza política para enfrentarse en el Consejo de Ministros con las pretensiones de sus correligionarios de utilizar el gasto público con demasiada alegría. Que sea necesario más gasto público no implica que no se maduren las medidas.