Un turismo que hay que mimar
De las modalidades de turismo existentes en el mercado español hay una, la más nueva, con importante capacidad de crecimiento pese al impacto de la crisis en el sector. Se trata del turismo rural. Su potencialidad, que lleva de la mano el carácter de turismo de alta calidad, ligado a campos exclusivos como la gastronomía o la historia, en los que muy pocos países pueden competir con España, hacen del turismo rural un mirlo blanco que conviene mimar.
El firme crecimiento de este tipo de negocio, sin embargo, lo expone a peligros que urge atajar. Un dato ilustra el problema: en sólo un año se han abierto 1.344 nuevas casas rurales, hasta totalizar cerca de 13.000, pero en el mismo tiempo se han abierto otros tantos establecimientos ilegales, según la asociación de profesionales Autural. La competencia desleal ya es en sí un problema, pero más grave aún es que ese negocio en la sombra, fuera de control, pueda desprestigiar una actividad creciente en el primer sector económico español. El turismo rural se ha mostrado, y así ha ocurrido esta Semana Santa, como refugio para suplir viajes de más gasto en épocas de crisis. Ese rasgo anticíclico y su buen encaje en el modelo autonómico le añaden cualidades a desarrollar. Si su diseño se hace bien desde el principio, no habrá que lamentarse después, como ocurre con otras modalidades turísticas.