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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una crisis de Gobierno que es tan precipitada como esperada

Después de semanas de rumores y desmentidos, ayer quedó claro que la remodelación del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero parece un hecho consumado. A falta de que el propio presidente detalle los cambios -mañana mismo o el miércoles, previsiblemente- nadie duda de que el grueso de la reforma supondrá un reajuste de las carteras económicas, las más castigadas por la dura coyuntura actual, y una entrada en el ejecutivo de varios pesos pesados del Partido Socialista.

La salida del vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, estaba descontada. No porque su gestión haya sido deficiente, que no lo ha sido, sino porque el imparable deterioro de la situación económica reclama savia nueva en una cartera que está y estará, desgraciadamente, durante muchos trimestres en el ojo del huracán. Solbes se marcha tras cumplir más de cuatro décadas al servicio del Estado, con un currículum sin tacha y con una bien merecida fama de funcionario, casi más que político, probo, eficiente y fiable.

Su relevo, Elena Salgado, no desmerece esos calificativos. Ha demostrado eficacia y capacidad de gestión tanto en el sector público como en el privado. Pero no lo tendrá fácil. Se enfrenta a un déficit público que podría llegar al 8% este año y a unas cifras de desempleo que se pueden acercar al 20%. Pero la actual ministra de Administraciones Públicas tiene demostrada solvencia para afrontar ese tipo de retos.

Salgado y el resto del Ejecutivo contarán, además, con la inestimable aportación de dos bastiones del PSOE, lo que permitirá una sintonía mayor entre Moncloa y Ferraz en un momento que exigirá mucho capital político para acometer las imprescindibles reformas que ayuden a superar la crisis.

La presencia en el Ejecutivo de Manuel Chaves, presidente de Andalucía, refuerza ese vínculo. El veterano político andaluz no sólo es presidente nacional del PSOE, sino también una de las figuras del partido con mayor experiencia de Gobierno y capacidad de traducir la gestión en resultados electorales. Sus dos décadas al frente de la Junta andaluza demuestran, como han comprobado sus repetidos rivales en las urnas, que Chaves es un animal político de gran calibre.

El temple de Chaves debe ayudar al Gobierno a lidiar, como vicepresidente del Gobierno, con la siempre espinosa tarea de la financiación autonómica. Como barón autonómico que es, cabe esperar de Chaves la sensibilidad necesaria para acomodar las reivindicaciones de las diferentes autonomías con la imprescindible solidaridad territorial y la integridad de ciertas áreas estatales.

José Blanco pertenece a esa misma categoría, aunque su carrera está mucho más ligada al actual presidente del Gobierno y secretario general del Partido. La previsible sintonía personal entre el probable ministro de Fomento y el presidente del Gobierno puede reforzar una cartera que, en manos de Magdalena Álvarez, se ha visto envuelta en numerosos problemas, aunque la responsabilidad de muchos de ellos no fueran atribuibles a la ministra. A Blanco le corresponderá la gestión del plan de infraestructuras, una inversión multimillonaria que en estos momentos de crisis y desempleo adquiere una relevancia política crucial.

La inminente crisis de Gobierno, por tanto, resulta tan sorprendente como esperada. Tan saludable como inevitable. Zapatero, con buen criterio, se negó ayer a comentarla en Estambul. Una decisión de tanta implicación nacional como la remodelación de un ejecutivo no puede ventilarse fuera de España.

Pero la discreción de Zapatero no le exime de responsabilidad en la precipitación de los cambios. El dominio de los tiempos es una habilidad imprescindible en política, y el presidente del Gobierno parece haberla perdido últimamente. A nivel nacional, porque, mal que le pese, su Ejecutivo parecía desarbolado por una crisis que golpea la economía española con dureza desconocida hace décadas. Y en la escena internacional, porque el abrupto anuncio de la retirada de las tropas españolas de Kosovo casi le cuesta la necesaria foto de Praga que ayer se hizo junto al presidente de EE UU, Barack Obama. Esperemos que ahora zanje la crisis de Gobierno con el mismo éxito que ha resuelto su tropiezo internacional.

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