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Columna
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La pataleta de Sarkozy

Nicolas Sarkozy no está acostumbrado a no ser el centro de atención. Ayer, en la víspera de la cumbre del G-20 de Londres, la atención estaba puesta en el primer viaje presidencial a Europa de Barack Obama. Así que el presidente francés intentó acaparar los titulares amenazando malhumorado con abandonar la cumbre de líderes si no se siente satisfecho con su progreso.

La amenaza de Sarkozy no se debería tomar demasiado en serio. Es básicamente de consumo interno. Si permanece en el G-20 hasta el final, se les pude decir a los franceses que la cumbre fue un éxito y que su presidente obtuvo de ella lo que quería -más regulación de las finanzas globales y una condena a los paraísos fiscales-. Es probable que pase, y Sarkozy lo sabe, a juzgar por los memorandos preparatorios que se han filtrado.

El énfasis teatral de Sarkozy en los paraísos fiscales es doblemente irónico. En primer lugar, porque no tienen prácticamente nada que ver con la crisis actual. Y en segundo lugar, porque Francia es el benevolente patrón de dos de los puertos financieros más seguros de Europa: Andorra y Mónaco. No ha sido tan directo para exigir reformas a estos dos refugios locales como en sus sonadas demandas de acabar con los de territorios exóticos.

Otro aspecto a tener en cuenta de la teatralidad de Sarkozy es que, según fuentes internas, China ha sido el más fiero opositor a nombrar los paraísos fiscales durante las sesiones preparatorias de la cumbre. La insistencia francesa añade una gota más al malestar de Pekín con París desencadenado a raíz de la reunión que mantuvo Sarkozy con el Dalai Lama en 2008.

Es probable que Sarkozy se quede en el G-20, pero el mandatario es también conocido por su comportamiento errático. Con sólo un tercio de su electorado contento con él, Sarkozy puede sentirse tentado por un gesto grandilocuente.

Una postura tal sólo demostraría que aún tiene mucho que aprender acerca de cómo comportarse en la arena internacional. Pero incluso la amenaza es infantil, rozando la irresponsabilidad. Es tiempo de que el presidente francés madure.

Por Pierre Briançon

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