La otra factura de AIG al Tesoro
Los puestos de trabajo más complicados en EE UU están, sin duda alguna, en Washington. Uno de ellos es el del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, un hombre que muestra mucha confianza en sí mismo y es uno de los mayores expertos en la Gran Depresión. Hace dos domingos confesó al programa 60 Minutes de la CBS que a veces ha tenido que dormir en el sofá de su despacho.
Ni que decir tiene que el otro trabajo difícil es el de presidente. Barack Obama ha heredado un enredo mayúsculo para el que apenas hay libro de instrucciones. Pero el presidente tiene un gran apoyo popular, un carisma a prueba de casi todo (parece), una personalidad que transmite confianza y serenidad y una oposición sin brújula.
El tercer puesto complicado es el del secretario del Tesoro. Es difícil y poco reconfortante estar en los zapatos de Tim Geithner, un hombre que desde las 6.30 de la mañana trabaja una media de 15 horas diarias en un gabinete en el que quedan por cubrir muchas plazas.
Además de la falta de personal, Geithner tiene serios problemas en su mesa de trabajo, y la semana pasada se le añadió uno más de potente carga explosiva: AIG.
Sus dificultades empezaron antes de su nombramiento y no sólo por la tarea que le dejaba Henry Paulson, sino porque se descubrió que no había pagado algunos impuestos. De hecho, su ratificación por el Senado la ganó con el peor voto para un secretario del Tesoro desde la Segunda Guerra Mundial.
El otro momento malo fue el pasado 10 de febrero, cuando presentó a bombo y platillo un plan de estabilización financiera dotado de 350.000 millones (el remanente del TARP de Paulson). Pero el plan apenas tenía contenido. Para su legión de críticos, está vacío. Quienes no son tan raudos en criticarle, entienden que primero, y a diferencia de Paulson, Geithner tiene que asegurarse de qué necesita la banca, y nada mejor que un stress test (una prueba de resistencia sobre el capital de las entidades en situaciones extremas) para saberlo. Estos exámenes están en marcha, pero se echa de menos concreción y anticipación. En suma, se desconoce cuál será el segundo paso, ¿es por que puede ser tan controvertido como una nacionalización? La Administración se siente incómoda con esta alternativa, pero no la ha descartado categóricamente.
El último problema son los bonus de AIG. Se enteró demasiado tarde y no pudo impedir su cobro. La Fed lo sabía y él no. Tardó dos días en informar al presidente. æpermil;l, en su puesto previo de presidente de la Fed de Nueva York, y Paulson pusieron los cimientos de la primera operación de rescate de AIG. Desde el Tesoro se aduce que la urgencia de las medidas a tomar en el gigante de los seguros no permitieron entrar en detalles, como la política de compensaciones.
Ahora, el escándalo es como una segunda factura de AIG al Tesoro, pero esta vez, personal.
Un par de republicanos han pedido su dimisión y algunos demócratas están incómodos y piensan que se puede convertir en un lastre que retrase o paralice la agenda de Obama.
El presidente le apoyó el jueves al decir que desde Alexander Hamilton ningún otro secretario del Tesoro había tenido tantas cosas a las que atender. Es un espaldarazo histórico para un hombre que va a necesitar ganar mucha confianza en breve y se ha convertido en el eslabón más débil del Gobierno en el peor momento.