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Por dinero, que no quede

Nuño Rodrigo - 12/02/2009

No habría que fiar demasiado a la reacción de la Bolsa al plan de estabilidad financiera planteado por el Gobierno de Estados Unidos. La reacción al primer plan Paulson fue eufórica y de aquel programa de tres folios nunca más se supo. Ahora, no es buena cosa que después de la presentación en sociedad de las medidas de choque haya más incertidumbre que antes. Es la sensación casi unánime en el mercado.

La incertidumbre no ayuda a una situación financiera sostenida con palillos y, además, invita a pensar en una tramitación larga: un plan menos detallado es más susceptible de revisión, discusión y presiones de pasillo durante la aprobación por parte del Congreso. Esta es la parte mala, sobre la que no hay demasiadas dudas. Mejor salir tarde que entretenerse por el camino.

Luego hay partes que son opinables, y cuya valoración dependerá de quién opine. La Bolsa llevaba sesiones esperando ora una suerte de barra libre para colocar a precios por encima de mercado los activos tóxicos, ora pistas sobre un posible cambio contable. Y no ha llegado ninguna de las dos cosas. Las medidas parecen enfocadas más a mejorar la liquidez del sistema -a través del programa público y privado de compra de activos y de la nueva expansión del balance de la Fed- que a mejorar la solvencia.

Para atacar el problema de la solvencia hay tres vías directas; cambiar las normas contables -quizá la preferida del mercado-, poner dinero gratis o poner dinero a cambio de algo. No se ha tomado ninguna de éstas. El Tesoro examinará la estabilidad de las grandes entidades. Krugman dice que el plan puede ser -a través de los citados test de estrés- una suerte de Caballo de Troya hacia medidas más agresivas, por aquello de que nacionalizar no es una palabra bonita.

Quizás. Quizás el plan esté bien enfocado; se toman medidas para la liquidez y se examina la solvencia de las entidades para ver qué hacemos después. Pero este enfoque un tanto timorato -a pesar de la agresiva retórica del discurso- deja al mercado a medias, y la capacidad del mercado de devorar y convertir en papel mojado los programas más ambiciosos está más que demostrado.

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