Los niños perdidos no pueden volar
En el país de Nunca Jamás todo era posible. Los niños perdidos, incluido Peter Pan, no crecían, y volar era tan sencillo como cerrar los ojos y pensar en algo bonito. ¡Ah!, siempre y cuando uno recibiera los polvos mágicos que soltaba Campanilla con cada aleteo.
El mundo financiero hasta el estallido de la presente crisis ha sido un poco como Nunca Jamás: todo era posible. Ya podía uno titulizar su alma, que siempre había un agente dispuesto a cobrar una prima por asumir el riesgo de arder en el infierno. Porque bastaba con cerrar los ojos y volar; los tipos estaban bajos, la liquidez era inmensa, la financiación era barata y la volatilidad era tan pequeña que el riesgo no era riesgo, sino oportunidad.
Pero el problema de volar muy alto es que se corre el riesgo de acercarse demasiado al sol y acabar achicharrado. Como ha ocurrido.
Y así estamos ahora. Los tipos vuelven a estar bajos, más bajos si cabe. Pero hoy por hoy nadie vuela. Campanilla no hace más que soltar polvos y polvos sobre los niños perdidos, pero ninguno piensa en nada bonito. Ni siquiera se fían unos de otros; y así no vuelan ellos, ni vuela Wendy, ni Peter Pan, ni nadie.
Comenzó 2009, hace 15 días escasos, pero el año entrante no ha traído buenas nuevas, al menos de momento. Las preocupaciones de antaño, del viejo 2008, vuelven a aflorar. Y las voces del 'lo peor ha pasado' vuelven a ser minoría frente a las del 'lo peor está por llegar'. Por lo pronto, los bancos vuelven a ser un quebradero de cabeza. Nunca han dejado de serlo. Pero en ese efímero rally de comienzos de año que vivieron las Bolsas, la moral de los inversores recibió un acicate, que más que impulso fue un alto en el camino hacia un desplome de profundidad aún por determinar.
Los analistas se aferran al optimismo, porque no hay otra. Y los ojos están fijos en el segundo semestre. Porque es entonces cuando las Bolsas deberían iniciar el rebote sostenido. Cuando se advierta un claro entre las nubes macroeconómicas que dé pie a la recuperación de la confianza, sólo entonces los niños perdidos volverán a pensar en cosas bonitas. mrodriguez@cincodias.es