Aires nuevos en Buenos Aires
La ciudad abre la puerta al verano, acoge la salida del rally Dakar y deja que nueva savia urbana florezca en algunos de sus viejos barrios periféricos.
Puerto Madero ha sido, desde que se inauguró en 1887, un puerto imposible. Los barcos tenían que esquivarse, o guardar colas de días, para entrar y atracar en sus muelles cerrados. Así que el puerto se rehizo, esta vez abierto, un poco más al norte. Los antiguos galpones de ladrillo y terrenos portuarios quedaron abandonados. Hasta que hace unos diez años se inició la recuperación de toda la zona. Primero se convirtieron galpones y almacenes en restaurantes y negocios. Se ajardinaron grandes espacios, Calatrava tendió uno de sus puentes blancos, empezaron a crecer rascacielos a un lado y otro del canal y los muelles. Ahora mismo, Puerto Madero es lo más selecto y caro de Buenos Aires, y su skyline de cristal y acero conforma un nuevo perfil de la ciudad.
Allí ha levantado tres rascacielos el argentino-estadounidense César Pelli (autor de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, y una de las cuatro del norte de Madrid); el último, la torre de Repsol YPF, todo un icono. La reina del cemento, Amalia Fortabat, se hizo construir otra torre de cristal y, en el muelle de enfrente, encargó a Rafael Viñoly un museo para alojar su colección de pintura, con un certero elenco de artistas argentinos (y alguna rareza suelta: Brueghel, Turner...); una visita obligada, por el propio edificio y porque ofrece la mejor vista del nuevo Buenos Aires. Pero lo último (e inacabado) es, allí mismo, el llamado Faena Art District.
Alan Faena es un tipo peculiar, de treinta y pico años, que se deja ver de riguroso blanco, con lazo tejano, sombrero de ala y muchísimos millones en el bolsillo (suyos y de algún socio discreto de habla rusa). Compró una inmensa fábrica de harina, que Philippe Starck se encargó de convertir en el hotel más chic de la ciudad (ya emplean los porteños el adjetivo faena para llamar a algo distinguido: 'es muy faena').
Los rascacielos siguen creciendo como hongos, ajenos a la crisis, y las miradas se dirigen ya al barrio de Barracas, 'el otro sur' de la ciudad
Enfrente, recuperó otro viejo edificio, El Porteño, para alojar tiendas y negocios, y un poco más allá, otros antiguos molinos que convirtió en apartamentos. Lo penúltimo se llama El Aleph (guiño al cuento de Borges), un complejo encargado a Norman Foster con dos nuevos hoteles, residencias y un centro cultural. Y lo último será, al parecer, un centro comercial flotante, en el río-mar de la Plata, frente a sus demás proyectos.
Los rascacielos siguen creciendo como hongos, ajenos a la crisis. Pero Puerto Madero no da más de sí. Apenas queda ya terreno. Las miradas se dirigen ahora al barrio de Barracas, el otro sur (es decir, el sur despegado del folclore chillón de La Boca y el Caminito). Barracas es el segundo barrio más grande (después de Palermo), empezó a poblarse como lugar de refresco, donde la clase media de Montserrat y San Telmo tenía sus chacras y quintas de verano.
Cuando el boom de la inmigración, Barracas se llenó de industrias básicas para atender y dar de comer a los emigrantes. Fábricas y talleres inmensos, cerca del centro, ahora abandonados y que pueden tomar el relevo de Puerto Madero. En esa futura cantera urbana se ubican joyas insospechadas. Como la estación Irigoyen, en un rincón que conserva el aroma del viejo Buenos Aires (y recuerda al Madrid suburbial de los 50), con calles adoquinadas, una tanguería célebre (El Barracas) y gente de cine rodando a cada tanto sin gastarse un peso en decorados.
La Colonia Solá, junto a otra estación del ferrocarril, está siendo recuperada con ayuda española. Una logia masónica que parece un átomo de Egipto recuerda la raigambre obrera. Otra perla: el Pasaje Lanín, una calle transmutada en obra de arte por el consagrado Marino Santamaría (el mismo que también está salvando callejas y tiendas en el barrio del Abasto, otro sector castizo al alza). En adelante, en fin, nadie podrá decir que conoce Buenos Aires si no conoce sus barrios: oficialmente, son solo 47, pero los tangos (exagerados siempre) dicen que son 100.
Guía para el viajero
Cómo irAir Comet (902 380 350, www.aircomet.com) tiene vuelos diarios desde Madrid al aeropuerto de Ezeiza (Buenos Aires), a partir de 1.600 euros i/v.DormirPalacio Duhau Park Hyatt, (Avda. Alvear 1661, +54 115171 1234, www.buenosaires.park.hyatt.com) tal vez el mejor, un soberbio palacio y un ala moderna separados por históricos jardines, arte y diseño en cada detalle.Hotel Panamericano (Carlos Pellegrini 551, +54 11 4348 5000, www.panamericano.travel), frente al obelisco, clásico, piscina climatizada en plena azotea.ComerLa Cabaña (Rodríguez Peña 1967, +54 11 4814 0001, www.orient-express.com) un clásico reabierto por Orient Express en 2003 en este nuevo emplazamiento de La Recoleta; su célebre filete Grand Baby Beef de kilo y medio de peso y diez centímetros de grosor ha sido probado por jefes de estado y famosos de todo el mundo.La Biela (Avda. Quintana 600, en La Recoleta, frente a iglesia del Pilar, +54 11 4804 0449), otro clásico regido por el leonés Carlos Gutiérrez, corredores y famosos acuden desde 1850 a la sombra de su ombú centenario.Casa Coupage (Güemes 4382, +54 11 4833 6354, www.casacoupage.com.ar), cocina argentina moderna con degustación de vinos.