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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinero barato y más confianza

Nunca está de más recordar el aserto sobre el que John Maynard Keynes fundamentaba el éxito de la economía: 'Unos cuantos kilos de dinero y toneladas de confianza'. Pero es especialmente pertinente cuando los bancos centrales inundan el mercado de dinero gratuito, dándole incluso a la manivela de la creación de nueva masa monetaria en una sorprendente resurrección de la expansión cuantitativa, pero en un escenario en el que la confianza se ha evaporado. No obstante, conviene recordar que, si esta crisis ha puesto en cuarentena los preceptos básicos de la teoría económica, enterrando para siempre a muchos de ellos, bien podría sepultar las tesis de Keynes y coronar a su contraria.

Con la bajada de los tipos de interés hasta el cero, la Reserva Federal de Estados Unidos ha quemado todas las naves en la batalla sin cuartel para esquivar la que parece ser sin duda la mayor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial. Las autoridades financieras de la primera economía del mundo pretenden evitar que el letargo en el que se ha instalado la demanda interna de una economía que fía tres cuartas partes de su crecimiento a tal variable se prolongue más de lo soportable. Si lo hiciera, la deflación sería un hecho, y la espiral destructiva de la riqueza de empresas, familias e inversores sería demoledora.

Tesoro y Fed han echado ya mano de todas las herramientas para combatir la crisis. Desde ayudas fiscales coyunturales hasta programas de gasto (no ejecutados) descomunales, así como el mayor estímulo monetario que se recuerda. Pero la desconfianza instalada entre las instituciones financieras las ha convertido más en un obstáculo para el buen funcionamiento de la economía que en una garantía de la misma. Las crisis experimentadas por los bancos, las aseguradoras o las compañías hipotecarias han extendido la desconfianza hacia los particulares, que miran atónitos cómo honorables casas financieras que basaban el negocio en la confianza, se han venido abajo de un día para otro. No bastarán los reconocimientos de las pérdidas para recuperar el respeto a las instituciones financieras: seguramente es preciso ya un paso más en la exigencia de responsabilidades legales para devolver la pureza al sistema.

Además, si con las peores turbulencias el dólar se había convertido en refugio ante el riesgo frente al resto de alternativas de inversión, ahora los mercados le han dado la espalda. Y mientras el Tesoro tiene que colocar los bonos prácticamente regalándolos, la divisa se debilita ante una expectativa cada vez más difusa de recuperación económica. Esta avalancha monetaria es prácticamente el último recurso, salvo la emisión de dinero nuevo para comprar bonos del Tesoro que recapitalicen los bancos, para poder ejercer el papel de prestador de único recurso, en vez del tradicionalmente asignado de última garantía de liquidez.

No se le puede negar la valentía a Bernanke poniendo el dinero a coste cero, y de su éxito en la aventura dependerá el del resto de las economías mundiales. Pero pasará tiempo para que todos los resortes del mercado permitan que el coste real del crédito se convierta en diferenciales atractivos y permanentes como para dar la vuelva a las expectativas de la ciudadanía.

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