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Columna
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El déficit tarifario: costes y precios

Siempre volvemos a Antonio Machado -descansen en paz para siempre sus restos en Colliure- al recordar que 'sólo un necio confunde valor y precio'. Se trata de una premisa fundamental, que se olvida en el inextricable asunto del déficit tarifario. Su monto supera los 15.000 millones de euros, deuda que el Estado reconoce a las compañías suministradoras de energía eléctrica.

Sucede que vivimos de inercias mentales bien acuñadas y atornilladas con poderosos incentivos, que se resisten al análisis racional y permiten la prórroga del disparate. Porque en definitiva, los medios de comunicación y el público han interiorizado que la energía eléctrica se factura muy por debajo de su coste y que la diferencia resultante es un devengo reconocido y titulizado como deuda de los consumidores cuya devolución el Estado garantiza a las compañías. La falsedad radica en aceptar que figure como coste de la generación eléctrica lo que sólo es el precio que nuestro peculiar mercado español asigna a esa energía. Si tuviéramos en cuenta los costes de generación en lugar de los precios asignados, el déficit tarifario sería inexistente.

Dirijamos ahora nuestros ojos de náufragos hacia el ministro de Industria y Energía, Miguel Sebastián, quien comparecía el miércoles pasado en Los Desayunos de TVE. Allí, a preguntas de su directora, Pepa Bueno, afirmaba que 'el recibo de la luz, si no hay acuerdo, no subirá nada en enero'. Sebastián recordaba que la factura de octubre no se ha incrementado nada y que la misma situación podría producirse el mes que viene.

Mientras tanto, el contador del déficit tarifario seguirá corriendo y nuestra deuda con las eléctricas se incrementará. El ministro explica ese déficit tarifario imparable como una hipoteca invisible por la que la luz que consumimos ahora la pagaremos dentro de 15 años y reconoce que se ha acumulado una factura de 15.000 millones de euros desde el año 2000. Enseguida añadía que se trata de un sistema establecido por el Gobierno de Aznar que resulta muy conveniente para las eléctricas ya que nunca han protestado.

En cuanto a la última propuesta de la Comisión Nacional de la Energía de incrementar la tarifa el 31%, recordemos que mereció las descalificaciones del propio presidente Zapatero y del ministro Sebastián, cuando es consecuencia de la pura mecánica a la que viene obligada la CNE conforme a sus deberes legales. Primero, hay que considerar que en España, en el ámbito de la generación de la energía eléctrica, falla una de las tres libertades que han de darse para la existencia del libre mercado: libertad de circulación de capitales, libertad de comercio y libertad de establecimiento. El fallo consiste en que dos de las tecnologías empleadas en la generación, la nuclear y la hidroeléctrica, están cerradas a la entrada de nuevos competidores. Ni se pueden implantar nuevas centrales nucleares, ni se pueden construir nuevos saltos de agua. Quienes detentan esas centrales y saltos de agua, amortizados algunos hace decenas de años, y en cualquier caso todas en 2006, generan energía a costes marginales pero son retribuidas al precio que tenga el kilovatio que entre en la red a mayor precio. Con esta asignación de precios, ajena a los costes reales de producción, no habrá forma de salir del déficit tarifario.

Luego, Sebastián ha explicado que la selección española de fútbol va a protagonizar una campaña publicitaria para impulsar el ahorro energético que mostrará a los titulares de la roja haciendo el gesto de apagar la luz. El ministro, sin necesidad de quitarse la corbata, como hizo en una jornada calurosa en el pleno del Congreso de los Diputados, ni de ponerse la bufanda, como aconseja la presente estación invernal, derivaba hacia consideraciones sobre el absurdo de pasar calor en invierno y frío en verano y se erigía en consultor invadiendo competencias de otros departamentos con el empeño de señalar que es bueno para la salud, para el bolsillo, para el país y para el planeta moderar el consumo energético.

Son maniobras de distracción, adornos que gustan al público pero, señor ministro, al toro. Otro día hablaremos de las reformas legales que deberían emprenderse y de cómo los costes de transición a la competencia, los famosos CTC, han pasado a ser ganancias exorbitantes pendientes de recobrarse por los consumidores. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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