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Columna
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El último Bush resulta socialista

La estruendosa diatriba de la muchachada de las Nuevas Generaciones del Partido Popular en su reciente congreso regional de Madrid se centraba en el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Cargaba sobre el socialismo, contra sus tópicos e iconos trasnochados. Abogaba por la libertad individual frente al intervencionismo que abandera la izquierda. Sostenía que el verdadero progreso es el que genera riqueza y permite desarrollar proyectos sin que el Gobierno los asfixie con impuestos. Afirmaba su creencia en la flexibilización del mercado laboral como método de crear empleo frente a la regulación del salario mínimo, que lejos de crear empleo, provoca inflación e incrementa el paro.

Contra la propia evidencia sostenía que la salida al mercado de la mayor cantidad de suelo posible conseguiría una importante bajada de su precio y a continuación se entusiasmaba con el dato de que es en la Comunidad de Madrid donde más vivienda protegida se construye. Este dato, que debería producir escándalo a los liberales que reclaman ser, olvida que esa vivienda protegida se construye en suelo aportado por los ayuntamientos de coloración socialista sin que su admirada Esperanza Aguirre sume a estas promociones otra cosa que su presencia en las inauguraciones jubilosas.

Imposible encontrar en los 18 folios y 111 puntos de la ponencia política la más mínima distancia crítica respecto de los abusos del mercado y de la deserción de los Estados y de las instituciones internacionales. Tampoco hay rastro alguno del diagnóstico coincidente que hicieron en días recientes, por ejemplo, Emilio Botín, presidente del Banco Santander, y Francisco González, presidente del BBVA, quienes señalaron a la codicia y a la desregulación salvaje como culpables de la crisis mundial en que estamos sumidos.

Para el Congreso madrileño de las Nuevas Generaciones todos nuestros pesares tienen su origen en las propuestas intervencionistas de la izquierda.

Interesante conclusión que parece nacida de un recalentamiento cerebral, propio de gentes con escasas lecturas, recluidas en las fronteras de la Comunidad Autónoma de Madrid, y apartadas de cualquier acceso a los medios de comunicación convencionales de prensa, radio y televisión, así como de los nuevos que se soportan en las nuevas tecnologías de la información. Sólo en una situación de total aislamiento han podido los congresistas de la ponencia que acaban de hacerse oír en Las Rozas.

La cuestión del intervencionismo letal, atribuido a la perversión de la izquierda y que nos llevaría por ese camino de servidumbre del que hablaba Hayec, tenemos averiguado que es la práctica adoptada en dosis masivas por la Reserva Federal y por el Tesoro de Estados Unidos cuando han salido al rescate de la mayor compañía de seguros y de los bancos que se desplomaban. Una lista que sigue ampliándose y acaba de sumar en estos últimos días al Citi. Es de conocimiento general que la senda del intervencionismo y de la toma de posiciones en el accionariado ha sido la emprendida por los Gobiernos y los bancos centrales de otros muchos países que distan de la izquierda tanto o más que nuestro George W. Bush, sin duda el más cojo de todos los patos retratados en la serie de los 44 presidentes americanos.

Según avanzaban los ocho años de George W. Bush en la Casa Blanca han ido saliendo sucesivas figuras como en las matriuscas rusas: primero tuvimos al Bush escondido cuando la masacre de las Torres Gemelas, luego al de la war at terror, enseguida al que planchó con bombardeos Afganistán, al que se fue a la guerra de Irak a la búsqueda de las armas de destrucción masiva inventadas por sus servicios de inteligencia en un trabajo a medida, al de Abu Graib y Guantánamo, con tortura autorizada y descrédito moral de Estados Unidos, al del déficit colosal, al de las estafas de los subcontratistas y, por fin, el último Bush que ha resultado socialista y se empeña en nacionalizar los bancos y las compañías de seguros. Para verlo, es urgente que los congresistas de Las Rozas y sus mentores se asomen al exterior.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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