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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El consenso de Washington

Los 22 líderes mundiales que este fin de semana se han reunido en Washington invitados por George Bush no han arreglado el mundo. Pero han puesto las bases para hacerlo: han proporcionado el impulso político que los agentes económicos precisan para comenzar a infundir confianza. Han acordado poner en marcha fuertes impulsos fiscales en manos de la economía, tanto con reducciones de impuestos como con mayor gasto público en inversión, y han diseñado una hoja de ruta explícita que debe conducir al mundo a la estabilización financiera, la eliminación de prácticas perversas y la recuperación del crecimiento con velocidad de crucero. Aunque para ello habrá que esperar a que una nueva cumbre en abril de 2009, ya con Barack Obama en la Casa Blanca, examine los trabajos de los comités técnicos sobre la reforma financiera, que habrán debido identificar qué necesidades de capital tiene cada institución y las fórmulas para reponerlas. Por de pronto, los mercados pasarán hoy un primer escáner sobre el consenso de Washington. Pero, del mismo modo que fraguar Bretton Woods llevó dos años largos, la gravedad de esta crisis y la heterogeneidad de los actores, exige paciencia.

Pese a que los mensajes previos tocaron la fibra ideológica, tanto desde Europa como desde los países emergentes, no han supuesto un obstáculo, y el consenso se ha cerrado dando a cada pilar su auténtico valor: el mercado debe seguir generando y distribuyendo riqueza, con una redoblada apuesta por el libre comercio y la innovación, pero con un Estado más vigilante de las prácticas de aquél, aunque sin caer en la regulación que asfixie la economía. Los líderes políticos han acudido a la cita con buena parte del trabajo hecho, empujados por el pavor a que la recesión se convierta en depresión. Las políticas monetarias han hecho ya su aportación y no queda más remedio que mover la segunda palanca: la herramienta fiscal, de la que Zapatero dará cuenta para España el próximo 27.

Ahora, a esperar el trabajo de los comités técnicos, que tienen el encargo de ofrecer soluciones para la próxima cumbre, y que deben poner coto a los excesos. En esta materia es donde España debe de hacer sus particulares aportaciones sobre la supervisión de la banca y su exitoso mecanismo de provisiones anticíclicas, que se ha revelado clave para que la banca española se haya librado de la entrada del Estado en su capital.

España, además de consolidar su posición en el G20, o G22, debe colarse en el Foro de Estabilidad Financiera, el auténtico motor de la reforma financiera mundial, y en el que también estarán los países emergentes más grandes. No obstante, el criterio político que ha trascendido de la cumbre es que la supervisión ejecutiva seguirá en la esfera local, pese a la insistencia de Brown de crear un supervisor único para la treintena de grandes bancos globales. No es poco si se hace con idéntico celo y criterio en todos los mercados.

Además, el futuro ya no será igual para las partes oscuras del mercado, como los hedge funds o los paraísos fiscales, y las prácticas de las agencias de calificación, los mercados de derivados y los sistemas de remuneración de los banqueros, han entrado en revisión.

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