La culpa no sólo es del vecino
La violencia con la que la crisis financiera ha asolado los mercados y el sector bancario este otoño sólo es comparable a la rapidez con la que la crisis económica ha entrado en los países desarrollados. España ocupa un lugar privilegiado en esta particular liga gracias a los excesos vinculados a la construcción y la promoción inmobiliaria que han campado a sus anchas, sin apenas oposición, durante los últimos 10 años. Hay dos aspectos que han librado a nuestra economía de una crisis de todavía mayores proporciones, y son por este orden el euro y la sólida regulación del Banco de España, que obligó a guardar provisiones para las vacas flacas y, sobre todo, limitó el riesgo bancario a aquél que los bancos asumieron y reflejaron en su balance. Que no es poco; al contrario, la tasa de morosidad apenas está empezando su camino alcista. Pero al igual que el euro ha evitado la fuga de capitales al estilo islandés, la normativa bancaria ha evitado sorpresas y la necesidad de rescates bancarios.
Eso no quiere decir que España pueda ir presumiendo por el mundo. Antes al contrario. Las dos ventajas de partida con las que cuenta esta economía limitan en buena medida los efectos del crac financiero. En consecuencia, buena parte del ajuste que ya se está registrando en la economía española obedece a los excesos cometidos durante la década anterior. Se puede culpar a la crisis crediticia de acelerar de forma vertiginosa el deterioro económico y de dejar al borde de la parada cardiaca a las pymes con necesidades de financiación a corto plazo. Se trata de la peor crisis económica mundial al menos en 50 años, y países que no han vivido la fiesta inmobiliaria están también en recesión. Pero eso no debe solapar la lectura sobre un necesario ajuste y un más necesario cambio de modelo económico.
Sistemáticamente se ha gastado más de lo que se ha ganado, como refleja el déficit del 10% del PIB. Empresas y, sobre todo, familias, se han endeudado de forma un tanto alocada, como si nunca fuesen a llegar las vacas flacas. Los precios se han disparado en todos los sectores -hasta el absurdo en el inmobiliario- y la asignación de recursos a esta industria ha descompensado la economía. Toca volver a la normalidad, a la que sólo se llegará a través de un proceso de desapalancamiento como el que están viviendo los mercados. Pero no será sólo culpa de los derivados o las hipotecas subprime, sino también y en gran medida es una responsabilidad compartida por todos.