Claves para maridar los cigarros en la sobremesa
Los habanos encajan mal con la cerveza y el champán.
En la final internacional del concurso Habanosommelier que tuvo lugar el pasado mes de febrero en Cuba, en el marco del Festival Internacional del Habano, una de las pruebas decisivas a las que tenían que enfrentarse los participantes era el maridaje de los habanos. Desde luego, no es una cuestión baladí. Y es que fumar un habano es un placer en el que intervienen todos los sentidos, y que habitualmente va asociado a otras manifestaciones gastronómicas.
Antes de encender un buen cigarro hay que observar algo básico: qué se ha comido. Las tendencias de la cocina actual pasan por platos sofisticados, muy elaborados, que necesariamente requieren puros modernos y estilizados, de fortaleza suave o media, sutiles y equilibrados en aromas y sabores. La elección difiere si se ha optado por recetas tradicionales, de gustos contundentes. En este caso, hay que fumar marcas de gran fortaleza, que proporcionen bocanadas plenas y de intenso aroma.
Pero si la comida resulta decisiva, la bebida no es menos importante. La regla fundamental es, quizás, la inexistencia de reglas. Es decir, depende de los propios gustos personales. Sin embargo, a pesar de esta subjetividad, sí existen una serie de directrices o consejos aceptados universalmente por los entendidos. Posiblemente, la norma más general indica que los habanos encajan mal con la cerveza, los refrescos gasificados, los combinados y los vinos espumosos. El divorcio es total en el caso del cava y el champán, pues las bebidas con gas carbónico servidas a baja temperatura diluyen y dejan vacío e insípido al cigarro, aunque éste posea gran fortaleza.
Un inmejorable matrimonio entre puros y bebidas se produce con el ron añejo. Sin duda, es el destilado que mejor armoniza con la mayoría de los cigarros: la profundidad de los aromas, su complejidad, el tono ligeramente dulce de un alcohol de melazas de caña de azúcar -muy suave en los rones envejecidos-, potencia y complementa las características de cualquier habano. El coñac francés, o los brandies españoles, por razones similares, también son buenos compañeros de una placentera fumada; y los vinos generosos de largas crianzas, como el Oporto o los Pedro Ximénez andaluces, presentan combinaciones magníficas, aunque ceñidas a cigarros concretos y momentos determinados.
Otras copas típicas del final de una comida, como el orujo o el pacharán, son factibles sólo si se trata de habanos de fortaleza suave; mientras que al whisky de malta, el más sabroso de los diferentes whiskies del mercado, le van los cigarros de gran fortaleza y marcado carácter. Como resumen, hay una regla sencilla: para destilados sabrosos, de gran cuerpo, lo mejor son habanos de marcada fortaleza y complejidad. Y para acompañar licores de menor graduación y destilados untuosos, puros suaves y medios.
Chivas y Montecristo Edmundo, una combinación sofisticada
La armonía entre el complejo Chivas whisky blended deluxe de 18 años de la región escocesa de Speyside, con el habano Premium de Montecristo Edmundo -un cigarro moderno elaborado con hojas de la región de Vuelta Abajo-, es inmejorable. El paladar voluptuoso y vivaz del Chivas Regal encaja a la perfección con el esponjoso cigarro, de fortaleza media y humo untuoso, de suaves notas terrosas y amaderadas. Este carácter le permite al Edmundo aportar un grato amargor y un contrapunto a las notas de frutas dulces del whisky, que se crece en elegantes volutas gustativas, destacando su persistente final redondo con finos recuerdos de madera de su larga crianza. Un maridaje sofisticado.