El casco, un ángel de la guarda
La Ley obliga a llevar casco, y también a llevarlo abrochado, a todos los usuarios de ciclomotores y motocicletas. Es un elemento absolutamente esencial para proteger la cabeza de los motoristas, el punto más débil de toda la anatomía. A la hora de elegir un casco el comprador puede optar entre tres configuraciones: el integral, el abatible o modular (que se puede levantar en la zona de la barbilla) o el tipo jet, con la zona inferior abierta.
De los tres, los dos primeros son los más recomendables. En cuanto a los precios, los hay desde 60 a 600 u 800 euros, que es lo que cuestan las réplicas de los que usan los pilotos profesionales. Todos deben estar homologados. Los más baratos son de policarbonato, que es un plástico, y los mejores son los multifibras. Estos emplean varias capas de kevlar (es antiabrasivo y protege contra el arrastre), fibra de carbono y fibra de vidrio, elementos muy ligeros y duros. Cada vez se utiliza más una fibra llamada Dyneema (empleada en cascos militares y policiales), y el futuro pasa por la fibra de titanio. Por ley cada casco debe llevar inscrito su peso, y lógicamente los usuarios prefieren los más ligeros. La virtud de un casco no está en que sea muy duro, sino en que sea capaz de absorber la energía de un impacto. En esto, se diferencia poco de la estructura de un automóvil, con sus zonas de deformación programadas para absorber la energía. Otra virtud recomendable es que tengan entradas para permitir refrigeración, y que la visera sea antivaho y no se rompa en caso de impactos fuertes. De todos modos, la diferencia vital está entre llevarlo o no, siendo secundario el modelo de casco.