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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los bancos centrales echan el resto

A grandes males, grandes remedios. La máxima la aplicaron ayer los bancos centrales de la zona euro (BCE), de EE UU (Reserva Federal), y de Gran Bretaña, Canadá, Suecia y Suiza que bajaron al unísono medio punto los tipos en una acción coordinada. Algo no visto desde el ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas. Los expertos vaticinaban un movimiento espectacular de las instituciones monetarias y éstas han seguido el guión para demostrar que están dispuestas a hacer lo que sea necesario para calmar a los mercados monetarios y bursátiles.

Sin embargo, las Bolsas no se impresionaron demasiado: engulleron la decisión y prosiguieron con el guión que les marca la esclerosis financiera y el temor a la recesión. Las europeas, que conocieron la medida antes de su cierre, continuaron con el rally descendente iniciado el lunes. EE UU, por su parte, se mantuvo muy volátil con subidas y bajadas. La confianza no es un activo fácil de medir, y no hay zocos donde adquirirla. Sólo se conquista cuando todos los agentes del mercado dan pasos en el mismo sentido.

Pero ahora sobre los agentes económicos pesa más el temor a que aparezcan nuevas dificultades en algunas entidades financieras, y a que la economía mundial camine sin fácil remedio hacia una recesión global de dimensiones poco habituales. De hecho, el FMI alumbró ayer una nueva rebaja de sus previsiones para todas las economías mundiales en 2009, con estancamiento en EE UU y recesión en España, Italia y Reino Unido. Con este panorama macroeconómico, los mercados del dinero secos y los flujos de financiación a las empresas cortocircuitados, no hay verdaderas razones para el optimismo, al menos a corto plazo.

Una decisión extraordinaria como la puesta en marcha ayer por los gobernadores de todo el mundo es una señal valiente que deja traslucir que conocen la magnitud del problema. Sin embargo, resulta ilusorio pensar que la bajada de tipos -por muy espectacular que haya sido su puesta en escena- pueda desbloquearlos a corto plazo. Falta tiempo para que las medidas tomadas en las últimas semanas, y son ya muchas, sedimenten y comiencen a dar resultados, desbloqueando los obstáculos.

Si la llegada de la visibilidad se retrasase en exceso, los Gobiernos deberían tomar decisiones mucho más severas, convirtiendo en obligada la transparencia de los balances de la banca, o tomando participaciones significativas en las instituciones que ocultan su situación al mercado y se niegan a comerciar con sus pares en el mercado interbancario. Algo así puso ayer en marcha el Ejecutivo británico, que en la práctica se convierte en garante de los intercambios de dinero, como prestamista final. No es la mejor de las soluciones, porque genera una especie de mercados autárquicos de activos líquidos ceñidos a las zonas de cada divisa, pero puede servir de desahogo para la financiación ulterior a las empresas.

En todo caso, bien sea a través del G-8 o bien del propio Fondo Monetario Internacional (FMI), los líderes mundiales deben poner manos a la obra a una revisión radical de la arquitectura financiera mundial, que impida en el futuro situaciones de colapso y de parálisis de la actividad económica.

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