Libertad de mercado, para subir
¿Cuántas muertes por hambre y enfermedades se podrían evitar en África con 700.000 millones? ¿Cuántos estadounidenses podrían tener con este dinero la cobertura médica que no tienen?
Son días extraños aquellos en los que parece normal que cada ciudadano de EE UU se endeude en 2.800 dólares para comprar papelitos que algún listo imprimió para vendérselos a otro que, a su vez, los colocaría donde pudiese, sacando una comisión para todos. Y todo porque los espabilados inventores de esta estafa piramidal eran responsables de la estabilidad del sistema financiero y de la economía global.
La parte que más chirría es el pintoresco reparto de beneficios y quebrantos: Si gano, gano yo, y si pierdo vamos a medias. Pero, en el fondo, lo relevante es que la estabilidad del mundo esté al albur de las decisiones tomadas por ejecutivos a quien no controlan ni sus accionistas ni los reguladores, y que operan en mercados donde todo está permitido. Pagar los platos rotos de unos multimillonarios es doloroso; que un puñado de éstos pongan en peligro la estabilidad global es grave.
Sería el sueño de cualquier activista: llevar al mundo financiero a un callejón sin salida que obligase a repensar las otrora bíblicas verdades sobre las bondades del mercado; de 2004 para acá no era raro escuchar aquello de que la responsabilidad de las empresas sólo era ganar dinero. Algo que hicieron, a espuertas, Lehman y compañía. Después vino el trabajo de agente provocador, fino y hecho desde dentro.
El paquete de rescate ayudará a recomponer el destrozado engranaje financiero. Y será una subvención de órdago para guarderías de lujo y restaurantes vanguardistas en el citado Manhattan. Pero la cuestión es si, después de este 11-S, el mundo seguirá a expensas de unos mercados cuya voracidad los autodestruye, y al albur de ejecutivos con patente de corso y bonus en marzo. Un mercado opaco, construido a espaldas de los propietarios y que sólo es libre cuando sube.