Bruselas: la capital de todos recupera su orgullo
Bruselas se sacude su fama de lugar aburrido con una vibrante mezcla de culturas en la que nadie parece sentirse excluido.
Hasta hace poco, Bruselas era capital de todos y de nadie. Poco más que un aburrido símbolo de la Unión Europea y un último eslabón de la frágil unidad de Bélgica. Un orinal de lluvia incesante, para unos. Según otros, un sepulcro provinciano del que tuvieron que huir para triunfar desde Jacques Brel hasta Jean-Claude Van Damme. Un amasijo de un millón de habitantes abandonado a su suerte y del que nadie parecía sentirse orgulloso.
Y de repente, ese agujero negro de 162 kilómetros cuadrados empieza a latir a rebufo de una creciente presencia internacional, una ubicación revalorizada por el tren de alta velocidad (que ha puesto a poco más de dos horas a París, Londres, Ámsterdam y Fráncfort) y una agradable permisividad para que cada cual haga de su capa un sayo. Todos los hábitos, costumbres y gastronomías caben en una ciudad en la que nadie parece sentirse local ni forastero del todo.
Chilabas, pañuelos y burkas pueblan las calles de Schaerbeek o Molenbeek. Los ejecutivos y funcionarios internacionales más jóvenes lucen músculos y bronceado (de solárium) por la plaza Chatelain y alrededores. El colorido natural del Congo bulle en torno a la plaza Saint Boniface, zona conocida popularmente como Matongue en referencia a un barrio de Kinshasha.
El centro comienza a latir con fuerza tras años de abandono
Modistos rompedores y galerías de vanguardia dan brillo a la ciudad
En Lux, contraseña de plaza Luxemburgo entre sus habituales, cultivan la promiscuidad decenas de lobbistas, abogados, parlamentarios europeos y funcionatas de la UE. Y el parvis de Saint Gilles hace gala de un carácter bohemio que atrae a artistas de cualquier bandera.
Todos esos barrios atesoran joyas de la arquitectura art déco y art nouveau que merece la pena visitar Y la mayoría cuentan con zonas verdes que van desde un recoleto jardín interior en la calle Faider (donde dicen que Búfalo Bill dejó los trastos de su circo cuando se arruinó en la gira europea) hasta los deliciosos estanques de Ixelles y de la avenida de Tervuren.
Esos barrios vivían de espaldas a un centro cubierto por una creciente capa de mugre. Pero el corazón de la ciudad, un pentágono rodeado por una circunvalación (la petite cinture para los locales), ha revivido y Bruselas parece orgullosa de su condición de capital.
El proceso es lento. El centro urbano sigue sucio y maloliente comparado con el de otras capitales europeas. Pero los famosos diseñadores de Amberes cuelgan ya sus trajes en los escaparates de la calle Dansaert. Les Marolles, el barrio que el siglo pasado albergó a buena parte de la emigración española, se señala ahora en la prensa internacional como un nuevo e interesante destino inmobiliario. La calle Flandre, casi abandonada durante años, rebosa ahora animación y gastronomía (desde la cocina visceral del Viva M'Boma al descaro juvenil del Henri, pasando por los fogones belgas del Presalé).
Fronteras recientes de la marginación, como la calle Laeken y la calle Fabrique, sirven de refugio para las galerías de arte más vanguardistas. Y las plazas de todo el casco viejo se van llenando de terrazas y veladores donde el camarero cambia de idioma de una mesa a otra con aparente facilidad.
La transformación, de momento, no se le ha subido a la ciudad a la cabeza y Bruselas mantiene baja su áspera moralidad un carácter acogedor y tolerante. Quizá por eso recoge desde hace siglos a exiliados y fugitivos de cualquier pelaje. Como medida de integración sólo exige resignación ante el caos administrativo de la ciudad y respetuoso silencio durante las horas de descanso.
A cambio, Bruselas acepta que una bandera española corone el imprescindible Atomium (al que se puede llegar en metro y en tranvía) durante la feria andaluza que cada primavera organizan los miles de emigrantes españoles. O que los aficionados de cualquier nacionalidad tomen el céntrico Boulevard Anspach para celebrar los triunfos deportivos de sus selecciones respectivas.
La deslumbrante Grand Place, bombón arquitectónico, también se presta a todos los usos. Acoge por igual conciertos de jazz (mayo), alfombras de flores (agosto) o degustaciones de la poderosa cerveza local (septiembre). En todas esas fechas puede llover, así que conviene armarse de paraguas y paciencia.
Si el chaparrón no cesa, la ciudad ofrece varias galerías porticadas donde olvidarse de la meteorología. La elegantísima Sant Hubert cobija cafeterías, restaurantes, dos excelentes librerías, un magnífico cine (en versión original subtitulada, como casi siempre en Bruselas) y un teatro. Otras galerías, aunque menos atractivas arquitectónicamente, ocultan interesantes sorpresas. En la del Centre están abriendo locales de tatuajes, piercing y sex-shops. Y en la de Botier encuentran su paraíso los aficionados a libros antiguos y de ocasión.
Pero fuera del soportal también hay vida, aunque perderse resulta casi inevitable. El laberinto de callejas parece trazado para que ninguna sea paralela ni perpendicular. La ciudad, en general, es segura, pero debe recordarse que Bruselas tiene casi un 20% de paro y concentra importantes bolsas de pobreza y mendicidad. El centro, en cualquier caso, no es grande y tarde o temprano se acaba tropezando con el Manneken Pis, con el Palacio Real o con la despersonalizada zona comercial de las grandes franquicias en la Rue Neuve.
La ruta debe buscar el Grand Sablon, elegante plaza con algunas de las mejores bombonerías de la ciudad. Y subir, por la zona de museos, hasta el sobrecogedor Palacio de Justicia, diseñado al parecer para humillar en altura a la catedral de la ciudad. Leyenda o no, ese objetivo encaja con la capital de un país que desde su nacimiento en 1830 presume de librepensador y masónico. Esa vocación universal ha permitido a Bruselas mantenerse abierta a todos. Y asumir un protagonismo muy por encima de sus aparentes posibilidades.
Guía práctica
Cómo irMuchas líneas aéreas vuelan al aeropuerto Zaventem, a 10 km de Bruselas. Para ir al centro, la solución más barata y rápida es el tren (2,9 euros y apenas 20 minutos de trayecto). Por 4 euros, el autobús número 12 va directamente al barrio de las instituciones europeas. Las compañías de bajo coste llegan al aeropuerto de Charleroi, a 50 km de la capital. El autobús hasta Bruselas cuesta 11 euros.DormirThe Dominican, Rue Leopold 18, cuatro estrellas desde 150 euros para un hotel recién abierto detrás del teatro de la âpera, en pleno centro de la ciudad.Atlas, Rue du Vieux Marché aux Grains 30. Tres estrellas. A partir de 75 euros. A un paso de la plaza Saint Geri, donde se concentra la marcha nocturna del centro.Cervezas Toda brasserie que se precie ofrece una buena selección de cervezas de abadía. Los grandes pueden probar cientos de ellas en Le Bier Circus (Rue De l'Enseignement 57). La marca más de moda es Vedett.Copas La comunidad internacional mira y remira en la place Saint Gery y en place Flagey. Para pasar a la acción, L'Archiduque, en Rue Dansaert.