Chicago respira música y vanguardia
Tras la reconstrucción de 1871, la Ciudad del Viento combina secretos arquitectónicos entre el resurgir de los teatros, la herencia nocturna de los gánsteres y el ambiente del jazz.
En febrero, Chicago es una gigantesca maqueta de cartón piedra. Largas calles vacías flanqueadas de espectaculares rascacielos. El invierno en la parte norte del medio oeste estadounidense es poco apetecible, con temperaturas inferiores a los cinco grados bajo cero. El viento, tan característico en este sitio que le ha hecho ganar el apodo de Ciudad del Viento, no ayuda a aclimatar al visitante, desde luego. En verano, sin embargo, Chicago se despereza, se sacude y lanza a la gente a la calle. El centro deja de albergar exclusivamente oficinas para abrir sus bulevares a los paseantes, compradores, deportistas y curiosos. Chicago se abre, se expone y se tuesta al sol. El viento se convierte en brisa cálida y el termómetro alcanza los 30 grados.
Para cogerle la temperatura, el pulso y las dimensiones a la tercera ciudad más grande de los Estados Unidos, lo mejor es empezar el recorrido con una vuelta por el Loop, nombre popular para el centro neurálgico de Chicago. Varias líneas circulares de trenes en superficie ayudan a completarlo. El gran incendio de 1871 destruyó un tercio de la ciudad incluyendo su centro empresarial y económico. Los mejores arquitectos de la época acudieron a levantar el nuevo Chicago, con total libertad para trabajar y grandes presupuestos. Hasta aquí llegaron Ludwig Mies van der Rohe, Frank Lloyd Wright, Daniel Burham o Louis Sullivan.
De su innovación, surgieron, entre otras creaciones, los primeros rascacielos construidos con estructuras de acero. Nacieron como respuesta al fuerte incremento de población de la ciudad y a la subida del precio del suelo. Hoy, en el entorno del Loop, se pueden visitar tres de los edificios más altos del mundo: la torre Sears, el edificio Aon y, un poco más alejado, el John Hancock Center.
Los 2.000 kilómetros del lago Michigan se confunden con el mar
Chicago ha sido cuna del 'blues', el 'soul' y del 'house'
Subir al piso 92 no sólo permite disfrutar de una muy recomendable vista de la ciudad y reconocer sus edificios. Desde lo alto, también aparece ante los ojos del visitante, en toda su magnitud, uno de los grandes protagonistas de esta urbe: el mar.
Bueno, no es el mar, es el lago Michigan, pero sus 2.000 kilómetros de costa llevan a muchas confusiones. Desde arriba, se pueden observar los barcos, los faros y los bañistas. Los habitantes de Chicago pasan días de playa en las orillas del lago, con hamacas, toallas y chiringuitos, disfrutando del sol. Si se echa de menos la costa, cualquiera puede bajar a una de las 29 playas de ciudad y nadar tranquilo. Son adecuadas para el baño y están muy vigiladas.
Para completar un día de playa en el lago, nada como dar un paseo por el Navy Pier, sobre todo si se viaja con niños. Este paseo marítimo, pensado inicialmente como puerto de carga y descarga y que ha tenido distintos usos y abandonos en su historia, está lleno de restaurantes, parques y atracciones, entre las que destaca la Noria Gigante. Se puede aprovechar para ver una obra de teatro o disfrutar del espectáculo de las fuentes animadas, obra de los mismos diseñadores de la fuente del Bellagio, en las Vegas. Además, es posible subirse a un taxi acuático y recorrer el río Chicago observando los 52 puentes levadizos que unen el Loop con el resto de la urbe.
Pero aún quedan muchas cosas por descubrir en el propio Loop a pie, así que lo ideal es bajar de nuevo de la torre al suelo. Las oficinas municipales de turismo tienen en este caso la clave para el siguiente secreto. Todas ofrecen un mapa con el recorrido adecuado por el barrio, siguiendo la estela de estatuas que muchos grandes artistas del siglo XX como Pablo Picasso, Joan Miró o Marc Chagall han ido ofrendando a la ciudad.
El camino lleva al visitante al Millennium Park. Este parque no sólo interesa por sus bellezas escultóricas o naturales, sino por su agenda musical. Es fácil encontrar allí festivales de góspel, jazz o hip hop al aire libre, sobre todo en los meses cálidos.
Chicago no sólo es famosa por sus edificios, pero hay que esperar a la noche para encontrar su otra cara. Cuando oscurece y se encienden las luces de bares y teatros, vienen a la mente las imágenes del cine negro, de detectives, gánsteres y Ley Seca. En los años veinte del siglo pasado, Chicago vivió un perverso esplendor, siendo el hogar del famosísimo Al Capone y su banda. Para interesados, el garaje donde se llevó a cabo la matanza de San Valentín está en el barrio de Lincoln Park, en la parte norte de la ciudad. El hotel Lexington en la parte sur, que servía de cuartel general a la mafia, fue demolido en 1995.
La banda sonora de la época ya había nacido en Nueva Orleans, pero, en esta década decadente, Chicago y el jazz se unieron para siempre. Esa música considerada inmoral y demoledora de costumbres por la sociedad tradicional del momento, sus ritmos y el alcohol fueron clandestinos, perversos y atractivos para multitudes.
Pero esta ciudad no sólo creó un nuevo tipo de jazz, que ha sido influencia en el mundo. Chicago ha sido cuna también del blues, el soul y, más recientemente, del house. Con tanta música en los poros, al menos una noche del viaje, si las luces de los teatros musicales no ciegan del todo, hay que dejarse enredar por los múltiples clubes con música en directo, en los que la improvisación es parte del jazz y de la diversión. En cualquiera se puede acertar, pero es bueno echar un vistazo a las agendas culturales que se editan en la ciudad o escuchar los consejos del personal del hotel.
Y, pese a todas las recomendaciones, cuando lleguen a Chicago, improvisen.
Guía práctica
Cómo ir. Las principales aerolíneas europeas y estadounidense, como British Airways, KLM Royal Dutch, Delta Airlines o US Airways tienen vuelos diarios a los aeropuertos de O'Hare y Midway desde Madrid o Barcelona. Iberia tiene vuelos directos y combinados con American Airlines. Aunque el coste del petróleo ha encarecido los vuelos, con tiempo y flexibilidad se pueden encontrar billetes desde 800 euros.Ya en tierra, la opción más rápida y barata para llegar a la ciudad son los trenes de la línea azul (O'Hare) y naranja (Midway). El servicio funciona las 24 horas y parten cada diez minutos. Hay un servicio de microbuses disponible al centro desde las 6 a las 23 por 24 dólares (15,3 euros) y taxis, a partir de 30 dólares hasta 65 dólares (41 euros). Se suele dejar una propina de entre el 10% y el 15%.Dormir. The Peninsula Chicago (108 East Superior Street). Uno de los hoteles más lujosos de Chicago, situado en una calle perpendicular a la Avenida Michigan o Magnificient Mile, por sus exclusivas tiendas. Dentro, se puede disfrutar de sus restaurantes y bares y de su magnífico spa. Desde aquí, se accede a muy poca distancia a pie al John Hancock Center, con unas vistas espléndidas de la ciudad.Comer. Giordano's Aunque la oferta gastronómica es amplia y variada, nadie puede abandonar la ciudad sin probar la pizza de Chicago, llamada stuffed pizza o pizza rellena. Los locales idóneos para degustar esta especialidad son los 13 establecimientos de Giordano's, pionero y el más recomendado por su calidad en esta materia. Los restaurantes son un retorno a la época de American Graffitti y las gramolas.Salir. Es imprescindible dedicar una noche a escuchar jazz en directo en cualquiera de los clubes que pueblan la ciudad. Eso sí, la atmósfera neblinosa y romántica de los conciertos ha desparecido. Sólo se puede fumar fuera.