La única crisis digna de tal nombre
Lo que estamos viendo no es un desastre natural, un tsunami o una tormenta perfecta. Es una catástrofe provocada por el hombre y tiene que ser arreglada por el hombre', dijo hace pocos días Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. Y no, no se refería a las turbulencias de los mercados financieros, a pesar de que la frase se podría aplicar a la crisis crediticia sin retocar ni una sola coma. Se refería a una crisis de verdad, digna de tal nombre y de una gravedad mucho mayor; la alimentaria.
Según el Banco Mundial, el efecto de la subida de las materias primas sobre los países menos desarrollados restará entre un 3% y un 10% del PIB, y 100 millones de personas serán mucho más pobres de lo que ya son. Y, obviamente, África se enfrenta a una más que posible hambruna masiva, a una crisis humanitaria; tanto por el aumento de los precios como porque los productores (un total de 26) han restringido las exportaciones para asegurarse el suministro...
La mayor parte de los expertos prevé que los alimentos sigan subiendo, por el efecto de los biocombustibles, el efecto del precio del petróleo o el cambio de dieta en países emergentes como China o la India -alimentar a vacas para matarlas después no es la forma más eficiente de consumir productos agrícolas-. æscaron;nase a eso que la Bolsa, el crédito privado, el capital riesgo y otros activos no han dado más que disgustos a los gestores de fondos, con lo que han dirigido sus baterías a las materias primas. El 70% del mercado del petróleo lo mueven inversores especulativos, según la CFTC, y éstos no se limitan a operar con barriles.
La globalización es esto. Tiene sus cosas buenas, pero tiene también sus efectos secundarios. Y una hambruna agudizada por operaciones especulativas es un efecto secundario para el que cuesta encontrar calificativos. Pero está ahí, y no por dejar de mirarlo será menos grave.