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Debate abierto

Malos tiempos de trabajo

El anhelo de la jornada de 48 horas se escribió en el preámbulo del Tratado de Versalles, fue consagrado en el primer convenio de la OIT, en ¡1919!, y completado en otros 16 convenios y recomendaciones sobre reducciones de jornadas.

Esta aspiración de trabajar para vivir y no vivir para trabajar se materializó de tal forma que si el siglo XX se inició con unas magnitudes de 3.000 horas anuales, ha terminado en un rango de 1.600-1.800 horas y se ha conseguido el círculo virtuoso de mejoras de productividad acompañadas de más tiempo libre para los trabajadores.

Hay serias amenazas de un retroceso sobre este paradigma que se creía conseguido para siempre. Los temores ante la globalización y los intentos de ciertos países de lograr ventajas competitivas gracias a largas jornadas parecen contar con apoyos en las instituciones europeas, hasta ahora comprometidas a ganar la batalla de la competencia sobre la base de la excelencia y no sobre el desmantelamiento del modelo social de la posguerra o el dumping social entre los Estados.

'Las largas horas en las empresas son una dificultad para la entrada de la mujer en muchos empleos'

La UE, desde hace cuatro años, intenta sin éxito la revisión de la Directiva sobre Tiempo de Trabajo por las encontradas posiciones entre Parlamento y Consejo. El pleito es por la desregulación extrema que pretenden Comisión y Consejo.

El pasado día 9 de junio, en el Consejo de Empleo, acordaron que la jornada máxima de 48 horas pueda ser sustituida, bajo ciertas condiciones y controles, por otras de 60 y 65 horas. Un doble sentimiento de incredulidad y de rabia se fue extendiendo a lo largo y a lo ancho de Europa.

Estas posiciones del Consejo están en las antípodas de la primera lectura del Parlamento. La discrepancia más clamorosa está en que se consolide la posibilidad de la renuncia (opt-out) a la jornada máxima de 48 horas, conseguida por Reino Unido en 1993 con carácter excepcional.

Nuestra oposición al opt-out mantiene sólidos motivos y cuenta con la apoyatura del buen sentido, común y jurídico:

onculca los principios y la letra del Tratado. Valga la cita más significativa: artículo 31.2 de la Carta de Derechos Fundamentales: 'Todo trabajador tiene derecho a la limitación de la duración máxima de trabajo y a periodos de descanso diarios y semanales, así como a un periodo de vacaciones anuales retribuidas'.

La renuncia a la norma no es una forma de flexibilidad del derecho sino su anulación completa.

Hacer disponibles los derechos fundamentales de los trabajadores equivale a vaciar de contenido a las instituciones del Derecho del Trabajo, convenios y normas internacionales, y retrotraer las relaciones industriales al siglo XIX.

La derogación personal de los derechos es una forma infalible para arrojar a las capas más frágiles de la clase obrera a la explotación más inhumana.

Permitir a los Estados que se sirvan del Derecho social comunitario a beneficio de inventario es abrir la vía al dumping social y a la desafección con una Europa que abre puertas a competir sin reglas comunes.

Evitar los abusos no es suficiente ya que estamos ante problemas que afectan no sólo a la libertad de los trabajadores sino a su salud, seguridad y dignidad.

La Comisión y el Consejo pretenden extender por Europa el mal británico cuando disponen de numerosísimas investigaciones sobre las nefastas consecuencias del uso masivo del opt-out en Reino Unido, así como la evaluación de impacto (SEC 2004/1154) que concluye que 'una duración de trabajo superior a 50 horas puede, a la larga, tener efectos perjudiciales sobre la salud y la seguridad de los trabajadores', por lo que 'se puede presumir que la situación sería mejor sin el opt-out'.

En el mismo estudio se muestra hasta la saciedad que las largas horas de trabajo son una dificultad para la entrada de las mujeres en muchos empleos y debilitan la ya baja dedicación de los hombres a su papel parental, dificultando la conciliación de la vida familiar y profesional.

Por todo ello, sostengo que la propuesta de directiva revisada es aún peor que la vigente. Si sale adelante sería una directiva del Parlamento, con vocación de permanencia, y el opt-out no sería una excepción singular y temporal sino una regla general, permanente y bautizada con todas las aguas benditas, incluidas las de la libertad y el progreso social.

Esta sacralización de las jornadas de más de 48 horas debilita ante el mundo la legitimación del Programa sobre el Trabajo Decente de la OIT que Europa necesita vitalmente hacer respetar en su mercado interior y en sus entornos comerciales.

Pero la pregunta más concluyente es cuán cerca o lejos están estas propuestas de la conciencia, las exigencias y la sensibilidad de los ciudadanos europeos. Espero que mis colegas también se la hagan y consigamos parar este disparate que tanto daño está produciendo al proyecto de construcción europea. Incluido el de su mercado interior.

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