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Columna
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Liberales de conveniencia

Emocionados estaban el otro día muchos de los comensales del foro del diario Abc al escuchar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, aquella recitación de la letanía del 'no me resigno' lanzada de modo desafiante a la cara de Mariano Rajoy para exhibir sus diferencias.

La señora Aguirre estableció su genealogía política en términos de una liberal de toda la vida. Se remontó al VI Congreso del Partido Liberal celebrado a la altura de 1987, sin que se haya sabido nada más de esa formación en los 21 años que han seguido.

Pero convendría averiguar dónde anidan ahora los compañeros de la aventura de entonces. Porque estamos intrigados sin acertar a explicarnos qué les haya podido sumir en la resignación del silencio en momentos como los de ahora, tan necesitados de esclarecimientos. Los lectores imaginan cuánto alivio aportarían los análisis de Pedro Schwartz o Carlos Rodríguez Braun pero se ven ayunos de ellos.

De aquellos próceres que practicaban la elegancia de arruinarse apenas quedan rastros. Ahora campea la ley del embudo

Mientras nuestros asesores áulicos regresan al púlpito, comprobamos en el Harper's index de abril que tres de cada cinco americanos creen que la economía está en recesión y el país que venían poniéndonos como ejemplo hace agua sin que nadie diseñe la operación de rescate.

Primero fueron los escándalos de Enron y de las auditoras y ahora se vienen abajo los bancos y caemos en la cuenta de que las agencias de rating vendían sus calificaciones al mejor postor sin respeto alguno al público de a pie. Estábamos aturdidos por los apóstoles de las liberalizaciones y las desregulaciones empeñados en presentar la exigencia de controles y garantías más elementales como inercias burocráticas paralizadoras del libre juego del mercado en quien tenían puestas todas sus complacencias. Y en estas llegó, no el comandante, sino la crisis de las subprime y se desencadenaron las turbulencias e hizo aparición la crisis que rehusaba decir su nombre.

Los beneficios de la parte alta, especulativa del ciclo, habían sido suculentos y ahora cuando afloraban las pérdidas nuestros liberales se transmutaban en partidarios de la intervención del Estado, invocando el principio de responsabilidad en lugar de encaminarse ellos los primeros por la senda de la quiebra.

¿Qué mérito tiene el enriquecimiento si se elimina el riesgo y cuando vienen mal dadas quieren salvarse de la ruina, siempre tan estimulante, presentándola como un daño social inasumible? De aquellos próceres que practicaban la elegancia de arruinarse apenas quedan rastros. Ahora campea la ley del embudo, se trata de apropiarse los beneficios y arrojar sobre el erario público las pérdidas. Es lo que los cazadores llaman tirar a parado. Es decir, la tergiversación del juego limpio del que hacen gala los verdaderos deportistas.

En su última edición, el semanario The Economist titula la portada: The great American slowdow… and what it jeans for the world economy. En el editorial sostiene que la recesión puede no ser tan severa como muchos temen, pero la recuperación puede ser más larga y por tanto más peligrosa.

Nuestro columnista de referencia Paul Krugman ha señalado en el Internacional Herald Tribune la imposibilidad de prórroga del sistema del presidente Bush, embarcado en gastos disparatados y en guerras sin fin.

Y entre nosotros el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha salido a los medios para decir que primero deberán reducirse los gastos si se quieren recortar impuestos. Las fantasías que llevaron a declarar el fin de los ciclos en la economía y la vigencia sin excepción de la curva de Laffer, según la cual la reducción de impuestos deriva siempre en mayores ingresos fiscales, han quedado al descubierto. Enseguida habrá que proceder a las labores de desescombro.

Miguel Ángel Aguilar.Periodista

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