El elemento subversivo
La historia siempre se guarda algún rincón para la paradoja, para ironías, vueltas de tuerca y alguna que otra venganza. Después de la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó aquel libro sobre el fin de la historia. Entendida ésta como lucha de ideologías, el derrumbe del comunismo dejaba paso al mundo basado en una democracia liberal como única alternativa. Obviamente la historia no ha terminado; desde el auge del islamismo hasta el advenimiento de una máquina capitalista con esqueleto totalitario como China. El mundo de hoy es más complicado que el de la segunda mitad de los noventa.
La paradoja de los últimos 10 años no es ésa; sólo un necio puede pensar sinceramente que la historia ha terminado, que los ciclos económicos ya no valen o que las crisis son para siempre. La gran paradoja del capitalismo de finales del siglo XX e inicios del XXI es que las fuerzas que amenazan con subvertir el sistema, las que erosionan los cimientos de la economía globalizada vienen precisamente del núcleo de ésta, de los mercados financieros. 1998, 2002 y 2007. En nueve años, tres crisis crediticias a gran escala. John Meriwether, Kenneth Lay, Stephen Schawartz o Jérôme Kerviel son los verdaderos agentes subversivos. Precisamente es en las tripas del capitalismo más desregulado donde surgen las corrientes desestabilizadoras del sistema. Pocas cosas hay más subversivas que tumbar los mercados mundiales con una oficina y un modelo matemático, que poner en duda la información financiera de las sociedades cotizadas, que provocar que los bancos dejen de prestarse dinero entre sí o poner a un gran banco al borde de la quiebra.
El sistema de mercado se basa en la confianza y la transparencia. Velar por la transparencia o tratar de mitigar el riesgo sistémico no es intervención estatal en el mercado, es simplemente una forma de que el mercado no acabe por devorarse a sí mismo. Kerviel y compañía son los villanos de la película de cara a la galería. Pero no son villanos solitarios, las decisiones equivocadas que tantas pérdidas provocaron al conjunto del mercado estaban motivadas por la complacencia general; ellos ni eran ni son los únicos trileros de la fiesta. Que toque un credit crunch cada tres años debería ser motivo de reflexión.