Pizarro el conquistador
Manuel Pizarro, la gran apuesta del PP de cara a las elecciones generales, es presentado por el autor como un ejemplo de eficacia y honestidad. A su incorporación han seguido un conjunto de propuestas económicas en contraste con lo que considera el absentismo gubernamental.
En los últimos días Juan Español ha escuchado en infinidad de ocasiones el nombre de Pizarro, pero no referenciado al héroe de Perú -recordar nuestra Historia sólo es políticamente correcto si se realiza en línea con la Ley de (des)Memoria Histórica-, sino referido al último fichaje de Mariano Rajoy. Además, por mor de un vicio de nuestro debate político, Juan Español ha leído, escuchado y visto multitud de pronósticos a modo de juicios apriorísticos que se han posicionado antagónicamente en dos extremos: o es y será un éxito -ahora en la campaña y mañana en el Gobierno-, o es y será un fracaso -ahora en la campaña y mañana en la oposición-.
Lo cierto es que si Juan Español quiere huir de posturas predefinidas y militarmente alineadas, considerará que la dimensión del acierto o error de la incorporación de Pizarro podrá verse con la perspectiva que proporcione su contribución inmediata al programa económico y campaña del Partido Popular, y su aportación mediata a la posterior labor -Gobierno u oposición- que le encomienden los millones de Juanes Españoles que ejerzan su decisión el 9 de marzo. En todo caso, aquí y ahora, sí pueden hacerse varias consideraciones sobre la cuestión comentada.
De entrada, es de resaltar que el paso dado por Manuel Pizarro no es habitual en nuestra democracia, a diferencia de lo que acaece, por ejemplo, en EE UU, donde sí resulta frecuente que profesionales y empresarios de éxito decidan dedicarse a la cosa pública. Cierto es que el éxito privado previo constituye un buen argumento para ofrecerse como gestor de los intereses generales. En ese sentido, Pizarro conjunta una brillante carrera profesional -como abogado del Estado y agente de cambio y Bolsa, hoy notario-, con una exitosa trayectoria como empresario -las presidencias de Ibercaja y Endesa como últimos desempeños-.
El éxito privado previo constituye un buen argumento para ofrecerse como gestor de los intereses generales
Es su última etapa en Endesa la que le ha hecho conocido. Al valorarla brota de nuevo la alineación apriorística. Para unos, representa un mito vivo que encarna -500 años después- virtudes propias de su homónimo extremeño, pues ha sido el David que se ha enfrentado a Goliat. Para otros, constituye la más perversa reencarnación del anticristo dedicado al tiburoneo financiero, dado que es rico y se le atribuye una maléfica amistad con Aznar. Sin embargo, persiguiendo la seriedad en el análisis, existen dos elementos de valoración que resultan ciertamente significativos.
En primer término, como presidente de Endesa cumplió -y lo hizo mejor que bien- con la primera de sus obligaciones: la defensa de los intereses de los accionistas de la compañía. Se podrá estar en una u otra trinchera, pero no puede negarse como dato objetivo que su gestión ante la opa multiplicó prácticamente por tres el precio por acción que recibieron aquellos a los que representaba y a los que estaba obligado a defender. Es innegable que la actuación de Pizarro resultó absolutamente eficaz para los intereses que defendía.
En segundo lugar, con independencia de la trinchera desde la que se combata, ha de admitirse que al ejercer dicha defensa asumió un evidente coste personal, toda vez que su oposición a la estrategia de la opa le convirtió en el objetivo militar de sus estrategas, acarreándole no pocas incomodidades. Cualquier conocedor del entorno del mundo empresarial español puede intuir el número de ceros que hubiera tenido el cheque que hubiera podido recibir de haber pactado amistosamente con los opantes su salida de la presidencia de Endesa para dejar el camino expedito a la opa. Sin embargo, Pizarro antepuso los intereses de sus accionistas a los suyos propios, lo que proporciona una evidente dimensión ética a su decisión. Es indiscutible que la actuación de Pizarro resultó significativamente honesta.
En marzo los resultados serán los que sean, y es sabido que la historia es escrita por los vencedores, pero eficacia y honestidad constituyen un buen cóctel como carta de presentación de un candidato a responsable público, y más aún en el área económica. En todo caso, en estas semanas preelectorales contrasta la actividad desplegada en el área económica por la actual oposición con la pasividad ejercida en dicha materia por el actual Gobierno.
En efecto, la incorporación de Pizarro ha seguido a un conjunto variado de propuestas económicas entre las que destaca un ambicioso y atractivo programa fiscal que combina rebajas en el IRPF y en el impuesto sobre sociedades con medidas específicas para favorecer a determinados contribuyentes -mujeres trabajadoras, mileuristas-. Frente a esto, sorprende el absentismo gubernamental, y más aún en medio de una aguda crisis económica, de la que en verano se nos dijo que no afectaría a España, en otoño que lo peor ya había pasado, y ahora, en invierno, que el horizonte está despejado a partir de primavera -marzo-. No avalan este pronóstico ni la generalidad de los institutos de análisis y predicción, ni las estadísticas económicas, ni los medios especializados, ni los profesionales y expertos
Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer Ex presidente de la SEPI y presidente de PAP Tecnos y de EDG-Escuela de Negocios