Arruinémonos todos
El pesimismo de los mercados ha hecho mella en las Bolsas europeas, que están viviendo su particular semana negra. Pérdidas para algunos que, según el autor, deberían servir para que los ahorradores aprendan a discriminar a la hora de acometer sus inversiones
La renuncia -bienaventurada- a ponerle letra a nuestra marcha de granaderos que devino primero marcha real y después himno nacional confirma la decadencia generalizada de los himnos. Salvo en Japón, donde los empleados cantan unánimes el himno de la empresa para cobrar así nuevos impulsos laborales. Aquí ni siquiera los pilaristas de ahora se saben el himno del colegio de los marianistas, sólo nos faltaría que a los alumnos de los jesuitas del Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo empezara también a flaquearles la memoria.
Volviendo al plano de los adultos, los congresos del PSOE han probado el olvido de la letra de la Internacional por la militancia a partir de la primera estrofa. Una desmemoria que salvan los organizadores con el recurso a la megafonía a todo volumen. Enseguida, los más observadores de la tribuna de prensa toman nota de quiénes, entre la dirigencia elegida, levantan el puño correspondiente o permanecen de brazos caídos.
Porque conviene señalar que los himnos, en ocasiones, deben entonarse o escucharse adoptando determinadas posturas según la condición personal de cada uno. A los militares les corresponde la posición de firmes, a los civiles, cuando el franquismo, el brazo derecho en alto, palma de la mano extendida en la misma dirección con todos los dedos juntos, componiendo el saludo a la romana tan querido por los amigos Hitler y Mussolini. Los americanos se llevan esa misma mano derecha al corazón y los gurkas escuchan el suyo en cuclillas.
¿Quiénes son estos liberales que siempre están dispuestos a privatizar los beneficios y a socializar las pérdidas?
Fue sólo hace unos meses cuando el Comité Olímpico Español detectó como una carencia la falta de letra de nuestro himno nacional y convocó el concurso del que ahora se desiste para salvar semejante flaqueza, de forma que nuestros atletas dejaran de estar en situación de inferioridad frente a sus competidores de otros países.
Años antes, un buen amigo periodista al frente del informativo de Telecinco Entre Hoy y Mañana había puesto de relieve otra anomalía mayor. Porque sucedía que nuestro himno estaba registrado en la Sociedad General de Autores a nombre de un particular, a cuyo favor devengaba derechos cada vez que se interpretaba. Entonces, esta denuncia cobró estado parlamentario y desencadenó un proceso que llevó en plena época de privatizaciones a la nacionalización del himno nacional.
Pero hablemos de la Bolsa, que tampoco tiene himno, con lo bien que resultaría para el momento de la apertura de la sesión o de su cierre cantado por el coro de los operadores que forman los corros, manos en los bolsillos o sobre el teclado de sus ordenadores portátiles. La melodía podría ser la misma de la Internacional para demostrar que la música tiene doble uso, como las tecnologías más avanzadas. La letra podría variar conforme al momento bursátil. Por ejemplo, en el que ahora vivimos se iniciaría así: 'Arruinémonos todos hasta el euro final'. Enseguida debería incluir una profesión de fe liberal como corresponde a las apuestas de los casinos, donde nadie puede reclamar ayudas del Estado. También convendría una referencia a las quiebras como prueba de la salud del sistema.
Conviene que alguien muera por la salud del pueblo, parece que dijeron los fariseos que hacían sus pinitos en el mercado de futuros de la salvación. Siglos después, el enunciado sería: conviene que algunos quiebren para que el público aprenda a discriminar a la hora de sus inversiones. Los que se ciegan con la avaricia y las promesas alocadas de rentabilidad de los Soficos, Rumasas, Gescarteras o Afinsas deben saber que el riesgo les acompaña y que sigue vigente el principio de que sea otro el que gane el último euro, sin que pueda recaer sobre el contribuyente ajeno a las apuestas el deber de acudir al rescate del naufragio.
¿Quiénes son estos liberales que siempre están dispuestos a privatizar los beneficios y a socializar las pérdidas, que siempre andan quejándose de las regulaciones para reclamar después que les mantengan a flote? Amigos, 'arruinémonos todos hasta le euro final'. Como decían los carteles fijados en las puertas de los vagones del metro, 'antes de entrar, dejen salir'.
Miguel Ángel Aguilar Periodista