La caja de Pandora
Aunque pudiera parecerlo, el título precedente no es una de las preguntas formuladas a los estudiantes que se han sometido al examen para el reciente informe PISA 'morena, pisa con garbo, que un relicario me voy a hacer', como relata la famosa copla. Si lo fuera, tampoco justificaría el bajo nivel que en el citado informe arrojan las pruebas de los alumnos españoles, sobre todo en lectura y comprensión, al fin y al cabo las dos puertas de acceso al conocimiento y a todos los saberes, aunque por lo que se ve tal circunstancia nos traiga al fresco o nos empeñemos en lo contrario. La cuestión no es menor porque, pasados unos días y sin el ruido mediático que provoca la reflexión, podemos caer en la tentación -como ocurre tantas veces- de olvidarnos del asunto/desastre PISA.
Parece que no hay nada nuevo bajo el sol y, en esto de la educación, todos hablan, pocos creen y muy pocos se ponen a la tarea o en trance de hincarle el diente a este capital asunto. Nos preocupamos (o parece que) pero no nos ocupamos. Escurrir el bulto es práctica muy humana, habitual en épocas donde los deberes parecen decaer y se sacralizan los derechos, invocando un igualitarismo trasnochado.
Tiene escrito Marc Fumaroli (La educación de la libertad, 2007) que 'la revolución cultural y comunicacional que se está produciendo en nuestras sociedades ricas y desarrolladas combate, con una extraordinaria intolerancia, y en nombre de la tolerancia, cualquier jerarquía espiritual, moral y estética, es decir, la esencia misma de la educación'. Y esa revolución, dice el marsellés, está alimentada por dos fuerzas/fuentes violentas e infatigables, opuestas y complementarias: la sed de beneficio, que desconoce cualquier distinción moral, y el 'resentimiento social atizado por la ética del igualitarismo radical', una ética que -como el marxismo- no se limita a dirigir a los pobres contra los ricos sino a los oprimidos de cualquier clase en una guerra civil de capillas.
¿Qué nos esta pasando? ¿Qué hacen los finlandeses, los canadienses, incluso los estonios, para ocupar los primeros lugares en el citado Informe PISA? Además de invertir dinero en su sistema educativo, y de creer firmemente que, sólo desde la educación y la cultura, sólo desde el conocimiento, los hombres y las mujeres nos hacemos más sabios, más libres y más demócratas y, por ende, más justos como personas y mejores profesionales; y además de hablar no sólo de instrucción, sino de educación con mayúsculas, de auténticos valores humanos y de convivencia social y empresarial, esos países, su ciudadanía y sus gobernantes, para progresar cada año y liderar los rankings probablemente miran a su alrededor en lugar de mirar hacia adentro contemplando embelesados, como hacen otros muchos, su propio ombligo.
En lugar de compararse con cómo estaban ellos mismos hace cinco o diez años, y de enfrascarse en debates internos (como si la discusión fuese un fin en sí misma), se comparan con el resto de las naciones y, trabajando, tratan de ganar posiciones en la competencia mundial. Y educar, ya se sabe, como predica Marcos Aguinis, no sólo se refiere a los conocimientos. Incluye valores, urbanidad, solidaridad, aprender a pensar, a sentir. Darle valor a la palabra. Entender la decencia. Apreciar los derechos individuales. Respetar las diferencias con entusiasmo. La educación, escribe el periodista argentino, 'es fundamental para que recuperemos la cultura del trabajo y del esfuerzo, ya que el facilismo penetró como un virus y ha causado un daño parecido al cáncer'. No todo puede darnos igual.
Respecto de la educación, un preclaro hijo del Renacimiento, Michel de Montaigne, dejó escrito en sus Ensayos que 'nada hay como despertar el apetito y la afición (el sentimiento); de lo contrario, no se logra otra cosa que asnos cargados de libros'. Tengo la impresión de que, en esta época convulsa, llena de incertidumbres y paradojas, nos hemos olvidado de que debe ser toda la tribu la que eduque. Pero no estamos por la labor. No es difícil escuchar a los padres cómo reprochan a sus hijos lo mal que les enseñan a comer en el colegio
Aunque a veces nos empeñemos en lo contrario, el progreso no es sólo velocidad; pero como en los tiempos que corren esperar resulta intolerable y un estigma propio de seres inferiores, todo -incluida la educación, y no importa cómo- hay que conseguirlo aquí y ahora. Nos asalta lo que Zygmunt Bauman ha llamado el 'síndrome de la impaciencia' y necesitamos (?) la gratificación inmediata, la satisfacción instantánea. Por comodidad, por la dejación de los propios padres o vaya usted a saber por qué, hemos sido capaces de olvidarnos de que educar es algo demasiado importante para ponerlo sólo en manos de los maestros, de los colegios o de los políticos.
La educación no es un producto manufacturado con el que uno pueda hacerse cuando le venga en gana. La educación no puede comprarse, ni la podemos convertir en un privilegio, tampoco en las empresas, y menos aún entre nuestros niños y jóvenes. Hay que devolver el sentido a educere, educar, que no es otra cosa que conducir fuera de la ignorancia e iniciar en la vida libre del espíritu. La educación es un proceso que lleva su tiempo y dura toda la vida. No es un mero artículo de consumo del que -con dinero o sin él- uno puede apropiarse cuando le plazca. Liderar es también un proceso que tiene mucho más que ver con el ejemplo y con la acción que con la palabra. En el fondo, aunque no queramos enterarnos, liderar es también educar.
Además de inquietarnos, hay que hacer algo y, para poner remedio a este despropósito, todavía estamos a tiempo, pero todos (familias, educadores, alumnos, políticos de todos los colores, gobernantes y la propia ciudadanía) tendremos que esforzarnos para adquirir algunas competencias que van a definir nuestro porvenir: aprender a aprender, enseñar a enseñar y, naturalmente, aprender a enseñar. La educación es lo menos material que existe, pero es -debe ser- lo más importante para los pueblos y los ciudadanos: es su fortaleza espiritual. En nuestras manos está que seamos capaces de hacerlo. Cuando Pandora, la primera mujer mortal, abrió su caja dejando escapar de ella todos los males del mundo, todavía guardó en su interior la Esperanza ciega, que es lo único que nos queda a los humanos y lo que nunca, dicen, se pierde. Será verdad.
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre