¿Qué está pasando en Cataluña?
La clase empresarial catalana, en la voz de algunos de sus miembros más destacados, está empezando a hacer autocrítica y a asumir su responsabilidad en la evolución de la comunidad autónoma, asegura el autor. Un cambio de actitud que, en su opinión, debe devolver a Cataluña su poderío de antaño
Nos estábamos acostumbrando al discurso plañidero catalán cuando saltó José Manuel Lara a cantar las verdades del barquero, realizando una autocrítica del tejido empresarial catalán, algo absolutamente inhabitual en estos últimos tiempos. Un día sí y otro también, los políticos catalanes han repetido el mismo sonsonete ante cualquiera de los múltiples problemas que han tenido que enfrentarse en los últimos tiempos.
Que si el barrio del Carmel se hundía, los responsables eran los de fuera. Que si las cercanías, que si las fugas de presos o ante cualquiera de los otros tantos desaguisados que han sufrido, siempre resultaba que Madrid era la responsable directa o subsidiaria. No se les oía ni la mínima autocrítica a sus señorías catalanas. Y ese soniquete comenzaba a aburrir tanto dentro como fuera de Cataluña.
La política catalana ha priorizado durante estos últimos años el debate identitario a la esforzada gestión cotidiana. Y ese renuncio se ha notado en el funcionamiento de la región. Algo no funciona en Cataluña y se nota. Pero, sin embargo, los factótums políticos siguen con su dale que te pego. La culpa de todo la tiene Madrid. Y esa queja permanente también ha ido calando en la sociedad. Para progresar, parecen decir los responsables políticos, lo importante es reivindicar frente a la malvada España. En segundo plano aparecen las llamadas a la responsabilidad, al esfuerzo o a la innovación.
Y así estábamos hasta que los empresarios catalanes parece que han pegado un zapatazo en la mesa. ¡Ya está bien de llorar y vamos a trabajar!, quiso decir José Manuel Lara como presidente del influyente Círculo de Economía de Cataluña. Sus palabras han tenido un eco extraordinario, y han sonado fuertes, claras. Esperemos que sean tan útiles como oportunas.
En el documento que presentaron se constata 'la pérdida de impulso económico de Cataluña, la falta de iniciativas empresariales de gran envergadura y la escasa incidencia del empresariado catalán en los mecanismos de poder económico español'. Un diagnóstico certero, a mi modesto entender. Pero en vez de adoptar la pose de culpar a un tercero, el Círculo hizo autocrítica de determinadas actitudes del empresariado catalán, que han permitido, por ejemplo, que la compañía eléctrica Fecsa fuese comprada por Endesa, o el excesivo individualismo que les impide abordar grandes proyectos, por señalar algunos de los aspectos reseñados.
No merece la pena que analicemos la intervención en profundidad. Lo más importante es que Lara no le echó la culpa a los de Madrid, sino que lanzó el mensaje para despabilarse desde dentro. Falta hacían voces así, sin duda alguna. El abogado Emili Cuatrecasas también está convencido de que la comunidad catalana está perdiendo pulso económico, y propone avanzar desde la actual rivalidad a una alianza que beneficie a las dos partes.
En esa misma línea, pocos días después, Antoni Brufau, presidente de Repsol, levantó su voz contra el 'pesimismo endémico' que caracteriza a parte del empresariado catalán. Brufau, que conoce bien el paño, ya que también presidió el Círculo de Empresarios, es algo más optimista. 'Desde fuera todavía se nos percibe como un animal muy potente', aunque también se unió a la autocrítica del Círculo. En una reciente conferencia ante más de 200 directivos, afirmó que los empresarios catalanes deben luchar más por sus empresas y por conseguir infraestructuras y no dedicar tanto tiempo a los grandes temas.
Cuando oímos estas voces inteligentes y sensatas nos preguntamos, ¿qué está ocurriendo en Cataluña? Pues probablemente que los empresarios se han cansado de la estrategia del lloriqueo y reclaman ya acción. Si su discurso cala en la sociedad y la política, Cataluña volverá a mostrar su poderío.
Son muchos y buenos los empresarios que componen su tejido empresarial. Su discurso debe ser el de la innovación y la inversión, y no el del permanente agravio comparativo. El presidente de la Generalitat, José Montilla, advirtió del creciente desapego de los catalanes con respecto al resto de España. Alguien también debería advertirle del posible desafecto inverso. Un desastre, si hablamos en términos de dimensión económica. El mundo es global, y las empresas deben colaborar para alcanzar la suficiente dimensión crítica.
Parece, por fin, que algo se mueve en Cataluña. Que sea para bien, las empresas catalanas son demasiado importantes para todos nosotros.