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Columna
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Inasequibles al desaliento

Pensaban quienes siguen por inercia aferrados a la lógica aristotélica y consideran vigente el principio de contradicción que la sentencia de la causa judicial de la masacre del 11 de marzo de 2004 zanjaría las mentiras, insidias y especulaciones, es decir, que cerraría el caso.

Se ha visto que ese pensamiento era un craso error de pronóstico. La confabulación del embuste, la banda de la patraña, ha sabido mantenerse en sus posiciones sin dar un solo paso atrás. Jotapedro el impasible, Federico el venenoso y todo el conjunto añadido de los pueri cantores han vuelto a dar al mundo un ejemplo admirable. Sus textos en las páginas del periódico incorrupto y sus voces blancas en los micrófonos de la bendita emisora, que tan sacrificadamente impulsan nuestros hermanos en el episcopado, han resistido sin doblegarse un ápice.

Estas son las grandes ocasiones donde se averigua la verdadera naturaleza de los metales y de los individuos. Se hubiera dicho que el margen se estrechaba, que el choque de los trenes que avanzaban en sentido contrario por la misma vía era inevitable, que los mentirosos tendrían que reconocer sus mentiras y que quedarían expuestos a la vergüenza pública, que su descrédito tendría efectos en el retroceso de las ventas de sus periódicos y de la audiencia de sus emisoras.

Pero debemos rendirnos para reconocer que hay gentes con habilidades portentosas, genios de la prestidigitación, capaces de revolverse en un palmo de terreno y de encontrar en cualquier sentencia una frasecilla inflamable que les permita seguir disfrazados del flautista de Hamelin. Además lectores y oyentes se diría que ya están fidelizados hasta haber incorporado reflejos hipnóticos. Hace años que depusieron cualquier exigencia frente a los medios que les intoxican y sólo reclaman su dosis: 'Queremos mentiras nuevas', como rezaba la pancarta exhibida por los manifestantes de aquella viñeta inolvidable de El Roto, publicada un primero de enero.

Así que ni padecimientos ante la vergüenza pública -tampoco les produjeron padecimientos de esa naturaleza los episodios de adicción a la urolagnia descritos en el Diccionario de vicios, pecados y enfermedades morales de José Luis Vigil- ni costes económicos por descenso de audiencia, ni desafección de los anunciantes.

Los líderes de la comunicación a que nos venimos refiriendo han podido comprobar, primero, que en España se puede decir y escribir cualquier cosa, como por lo general sucede en los países democráticos, pero que, a diferencia de los demás, aquí puede hacerse sin consecuencia alguna ni en el orden penal, ni en el civil, ni en el mercantil, ni en el social, ni en el moral, ni en el profesional, e incluso sin perder comba, ni dejar de merecer todas las complacencias de La Moncloa, cuya benevolencia tantas cosas favorables induce en el medio ambiente donde nos movemos.

El tándem al que nos venimos refiriendo ya se barruntaba por dónde iría la sentencia y por eso se adelantó a desprestigiarla antes de que se hiciera pública para aminorar su posible impacto. Pero una vez conocida en todos sus términos, para nada se ha sentido desautorizado a propósito de todas aquellas cuestiones por las que apostaron durante tres años y medio, que se resumían en la atribución de la masacre a una conspiración donde participaba la banda etarra, el Partido Socialista de Ferraz y los servicios de inteligencia de Marruecos.

Nos han machacado durante 40 meses con la mochila, con la Kangoo, con la dinamita, con las conexiones etarras, con los detonadores. Ahora, de todas las mentiras insistentes nada ha quedado, pero nada importa. En ningún momento han pedido que disculpemos las molestias. Todas las insidias las dan por bien empleadas.

Piensan haber encontrado la salida titulando que los cerebros intelectuales del 11-M han sido absueltos. Además han demostrado que el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, carece de autonomía para pronunciarse y se ha pegado a las faldas del tándem equiparando la sentencia a cualesquiera otras investigaciones y pidiendo que continúen. Increíble. ¿Hasta cuándo seguirán inasequibles al desaliento?

Periodista

Ahora, de todas las mentiras insistentes nada ha quedado, pero nada importa. Las insidias las dan por bien empleadas

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