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Valores a examen

Veinte años después del crac de 1987

Han pasado 20 años desde aquel 19 de octubre de 1987, bautizado a la postre como lunes negro, en el que el Dow Jones registró una caída del 22%, la mayor de su historia. Muchas cosas han cambiado desde entonces, otras no tanto.

Entre las que han cambiado destaca el nivel del índice, que habiendo cerrado aquel día a 1.738, el jueves cerró a 13.888, un 700% de revalorización. Puesto en perspectiva, y aplicando las leyes de la capitalización compuesta, dicha subida supone una rentabilidad anual del 11%. Aunque razones para explicar este comportamiento se intentan dar en este espacio todos los días, visto desde la distancia parece más fácil: los beneficios empresariales han crecido también a un ritmo muy fuerte, alrededor de un 8,5%, y puesto que la inflación se ha moderado y los tipos de interés están a menos de la mitad que entonces, los inversores están dispuestos a pagar algo más por dichos beneficios.

Las razón que explica la magnitud de la caída de ese día, además de la sobrevaloración del mercado después de un periodo de euforia, está en los programas informáticos que, diseñados para frenar las pérdidas, dispararon órdenes automáticas de venta que se retroalimentaron así mismas. Es decir, produjeron el efecto contrario para el que fueron programados.

Entre lo que no ha cambiado encontramos el continuo intento por parte de los inversores de disfrutar las rentabilidades de la Bolsa evitando los sufrimientos puntuales que causa. Mucho se ha avanzado en los sistemas de control de riesgo, y sin embargo todos se apoyan en modelos estadísticos que son muy útiles para calcular la altura media de una población, pero que resultan ineficaces para entender el comportamiento del mercado, donde la tormenta se produce cada pocos años. ¿Cómo se modela el comportamiento de una masa de inversores, equipados con cerebros que optimizan las decisiones para escapar de un león en la sabana liberando adrenalina, frente a subidas y bajadas de la Bolsa? Imposible. No sé, por tanto, cuándo nos enfrentaremos a la próxima gran caída, pero seguramente nos volverá a pillar desprevenidos.

Joaquín Casasús

Socio director general de Abante

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