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Guggenheim, el gigante de titanio cumple diez años

El emblemático edificio de Frank Gehry ronda ya los diez millones de visitantes, la mayoría de ellos extranjeros

Guggenheim, el gigante de titanio cumple diez años
Guggenheim, el gigante de titanio cumple diez añosCinco Días

E l Museo Guggenheim Bilbao cumple hoy diez otoños con una buena marca: ha logrado una media anual de un millón de visitantes, casi la mitad de la población de Euskadi. En esta década, los bilbaínos han aprendido a no sorprenderse por el trajín de turistas de todo el mundo por las calles, una imagen inédita en una ciudad que fue sólo industrial hasta la inauguración del edificio el 18 de octubre de 1997, a la que asistieron los Reyes de España, artistas de Hollywood y multimillonarios con inquietudes culturales que llenaron las pistas del antiguo aeropuerto de Sondika con sus aviones privados.

Un día después, el 19, abría sus puertas al público el único centro cultural del planeta que está recubierto con titanio y tiene unas formas onduladas que dan sensación de vértigo a los que sólo han visto paredes y techos con ángulos rectos, es decir, la mayoría de los mortales.

Para los que todavía no han cruzado las dos entradas, con escalones que obligan a dar dos pasos en cada uno de ellos, unos consejos. El primero: situarse en medio del atrio, frente a la pared acristalada desde la que se ve la ría del Nervión y levantar la cabeza hasta que la nuca toque la espalda. Así se consigue esa sensación de desplome de un edificio que rompió esquemas arquitectónicos por obra del arquitecto Frank Gehry. Otra recomendación: desde la tercera planta se contempla mejor este universo de formas singulares. 'La arquitectura tiene un poder enorme', ha manifestado Rosa Martínez, comisaria de la exposición Chacun á son goút (Cada uno a su gusto), que desde ayer y hasta el próximo febrero muestra las obras de doce artistas contemporáneos.

Muchos creadores se han sentido intimidados por ese poder del edificio de Gehry, conscientes de que la atención del visitante se centra primero en el continente y luego en el contenido de las exposiciones.

Bilbao antes del Museo Guggenheim era otra historia. Una ciudad en declive industrial, donde los vecinos asistían en directo al cierre del astillero Euskalduna (donde ahora se ubica el Palacio de Congresos del mismo nombre) y soportaban el tráfico de buques junto a sus calles. Esos muelles para descarga de contenedores fueron elegidos por Gehry para instalar el museo, debajo de un puente que es el vial de entrada a la ciudad para decenas de miles de vehículos al día.

Ya no hay labores de estiba y desestiba en la ría en Bilbao, el Puente de la Salve se ha engalanado para homenajear a su ilustre vecino y esa zona de Abandoibarra cuenta con un paseo junto al agua (que sigue con color de chocolate, eso sí) y un tranvía que rueda sobre la hierba. Un entorno que a Gehry le parece 'empalagoso', frente a la zona industrial que le sedujo. Una vez más, todos no están contentos a la vez.

La historia data el 8 de abril de 1991 como la génesis del proyecto. Thomas Krens, director de la Fundación Guggenheim de Nueva York, visitó ese día en Vitoria al entonces lehendakari José Antonio Ardanza en su resdencia de Ajuria Enea. Una red de complicidades había atraído al estadounidense a Euskadi, pero no estaba muy convencido con la idea de instalar un museo de nivel mundial en una ciudad con menos de cuatro o cinco millones de habitantes, según la escala de valores de un residente en la Gran Manzana.

El País Vasco necesitaba una marca cultural de alcance planetario que atrajera a visitantes de todos los países. Pese a las reticencias iniciales de Krens, lo consiguió. A cambio, con la denominación Guggenheim en la fachada, la fundación norteamericana tiene la última palabra a la hora de decidir las exposiciones y las compras que alimentan la colección propia del centro vasco.

Toda historia tiene una tragedia, y ésta la impuso una vez más ETA, que tampoco quiso quedarse fuera de esta agenda, aunque fuera cultural. Cuatro días antes de la inauguración, dos terroristas intentaron introducir una jardinera cargada de explosivos. El ertzaina Txema Aguirre lo evitó y recibió un balazo a bocajarro que le destrozó un pulmón y parte del corazón. Una placa en su memoria le recuerda, y está ubicada donde fue asesinado, en la explanada frente al museo, junto al perro de flores Puppy.

Vayamos ahora a los números. La construcción del museo costó unos 84 millones de euros, y una cantidad similar se ha invertido en dotar su colección propia. Un estudio encargado por el centro asegura que desde su apertura y hasta finales del año pasado, la pinacoteca había generado un PIB de 1.577 millones. A nivel fiscal, ese volumen ha reportado unos ingresos de 259 millones a la hacienda foral de Vizcaya. Y ha creado 1.200 empleos, entre directos e inducidos.

Esa riqueza la han aportado los diez millones de visitantes que se han acercado a tocar el titanio durante esta década. Un 70% han llegado desde fuera de España. Entre ellos el agente James Bond, que rodó aquí una película.

Casi medio centenar de exposiciones temporales

El efecto Guggenheim no sólo se debe al edificio de Gehry. Los gestores del centro han programado en esta década 45 exposiciones temporales con gran éxito de público. El programa inicial sólo incluía muestras de obras desde la Segunda Guerra Mundial en adelante. Pero al final se abrió el calendario y no se miró a la ortodoxia artística, la que supuestamente fija lo que debe estar en un museo.La exposición más vista ha sido El arte de la motocicleta, con 870.776 visitantes que repasaron la historia sobre dos ruedas y algunos iconos cinematográficos, como la moto que utilizó el actor Steve McQueen en la película La gran evasión y la Choper más famosa del mundo, a cuyos lomos viajaron Peter Fonda y Dennis Hopper en el mítico filme Easy Rider. En segunda lugar en estos diez años figura la muestra de Richard Serra (681.916 visitantes). Pero el centro de titanio junto a la ribera de la ría ha acogido también muestras no contemporáneas. Como la de ¡Rusia!, la tercera más vista con 621.188 personas y que reflejaba varios siglos de arte del gran país. Parecida a la de China: 5.000 años. Estos días hay dos nuevas exposiciones, una sobre el arte estadounidense en 300 años y otra de doce artistas vascos que ya ha generado una tormenta política y el rechazo por parte de asociaciones de víctimas del terrorismo.

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