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Tribuna
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Polémica con las cuentas públicas

Los últimos Presupuestos de la legislatura no parecen contentar a casi nadie. La verdad es que nunca son del agrado de todos, pero, difícilmente encontraremos otros que hayan generado tanta polémica. Tiene mucho que ver el que estemos ya en campaña, y que el Gobierno haya adelantado propuestas sociales y mediáticas -ayudas a la maternidad y al alquiler, salud bucodental, etc.-, que han generado gran controversia por cómo se han planteado, por su improvisación y descoordinación y por su supuesto carácter populista o despilfarrador. La sospecha de electoralismo presupuestario prima sobre cualquier otra característica y empaña un análisis sosegado.

Al margen de polémicas, los Presupuestos presentan cuestiones interesantes. La primera es el superávit, aunque podríamos discutir sobre si es suficiente, ante la que parece que se nos avecina. La segunda es la rebaja fiscal que les acompaña, gracias a la deflactación del IRPF y al aumento de los mínimos personales y familiares y de la deducción por rendimientos de trabajo para compensar la inflación. Y, por último, mantienen la línea de toda la legislatura. Es decir, priman el gasto social y lo que el Gobierno denomina 'gasto productivo': I+D+i, educación e infraestructuras. Pero, mientras nadie cuestiona las cantidades de lo segundo, algunas partidas del gasto social han sido muy criticadas.

Puesto que la continuidad presupuestaria se ha mantenido en la legislatura, es buen momento para comprobar los logros alcanzados. Con los primeros Presupuestos de Zapatero se pretendían dos objetivos. El primero era fijar las bases para un nuevo modelo de crecimiento. Para ello, había que aumentar la productividad con un incremento de la inversión productiva y de la transparencia, reforzando la política de defensa de la competencia y aumentando la calidad del marco regulatorio. El segundo era mejorar la protección social. Además, debían lograrse manteniendo la estabilidad presupuestaria.

Pues bien, los resultados son dispares. En el gasto social, el Gobierno ha dado el do de pecho, especialmente este año. Es destacable que haya mantenido el ritmo inversor en infraestructuras y la apuesta por incrementar significativamente la inversión en I+D+i y el gasto educativo. Pero, a pesar de ello, ¿se ha conseguido un cambio en el patrón de crecimiento? ¿Se ha sustituido el denostado ladrillo por la productividad? ¿Ha arraigado la cultura de la innovación y del I+D+i? ¿Han mejorado nuestros niveles educativos? ¿Se ha introducido más competencia en los mercados o ha aumentado la calidad del marco regulatorio? Me temo que somos conscientes de que nada de esto ha sucedido y que, en el caso de la transparencia, la resolución de Endesa ha cuestionado la imparcialidad del Ejecutivo.

A pesar de las buenas intenciones presupuestarias, estos tres años se han caracterizado por una continuidad en el modelo económico de la legislatura anterior. Un modelo basado en el consumo privado y en la construcción, gracias a bajos tipos de interés, a las rebajas fiscales y a la creación de empleo. Lo cual no tiene por qué ser malo del todo. Pero la mejor prueba de que nada ha cambiado es que, cuando los tipos han subido y parece que se ralentiza la construcción, no se atisba un recambio en el horizonte.

Por último, quedaba el reto de mantener la estabilidad presupuestaria. Y en ese campo, justo es reconocer que se han obtenido excelentes resultados. Por eso han llovido las críticas ante la expansión del gasto social, en un momento en el que los negros nubarrones de la crisis financiera internacional se ciernen sobre nuestra economía. Y, además, si consideramos que el cuadro macroeconómico sobre el que se basan puede haber quedado desfasado a raíz de lo acontecido este verano, surgen serias dudas sobre lo que puede pasar el año que viene. ¿No hubieran sido más adecuados unos Presupuestos más restrictivos? Seguramente sí. Pero si, desgraciadamente, no sirven para cambiar nuestro modelo de crecimiento, por lo menos ayudarán al Gobierno en su intento de revalidar su mandato.

Juan Carlos Martínez Lázaro. Profesor de Economía del Instituto de Empresa

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