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Ojalá se cumplan

Analizar un presupuesto siempre exige un acto de fe previo. O nos creemos sus cifras o las rechazamos. Si nos encontramos instalados en el círculo de la desconfianza, de nada vale entrar a destripar partidas ni tendencias. Ya tenemos delante el de 2008. ¿Qué hacemos? ¿Nos creemos el Presupuesto de gobierno o lo consideramos como un simple canto de sirenas? Llevamos una década de razonable rigor presupuestario. Confiemos, pues, en sus números redondos, por más que un crecimiento del 3,3% nos parezca a día de hoy optimista.

Los críticos califican al presupuesto de electoralista, mientras que el Gobierno defiende que se ajusta a sus prioridades de gestión y que se basa en cifras razonables. Desde luego, algo no ha hecho bien el Gobierno. El rosario de medidas 'sociales' anunciado sin concierto -ayuda por hijo, asistencia bucodental, plan de vivienda- y pocos meses antes de las elecciones contaminan de electoralismo a un presupuesto que, por otra parte, contiene importantes medidas que pasan desapercibidas. El Gobierno ha vendido mal estos presupuestos, pues se ha centrado más en sus 2.300 millones añadidos para cumplir sus promesas, que en el conjunto de medidas solventes que podrían ayudar a la delicada economía.

Vayamos por partes. En medio del clima del pesimismo, el Gobierno anuncia un crecimiento económico del 3,3%, algo menos del 3,8% de 2007, pero mucho más que lo que pronostican algunas entidades financieras. Probablemente en este dato radique toda la credibilidad del presupuesto. Si no se alcanza, todas las estimaciones se vendrán abajo como un castillo de naipes. Mientras que algunos indicadores mueven hacia el desánimo -por ejemplo los precios del dólar y el petróleo que ya desfasan a los presupuestados-, otros, como la solidez de las cuentas de resultados de las empresas, nos permiten cierto optimismo. Con este incremento del PIB, el empleo crecería un 2,2 %, con una mejora del 10% en la productividad por asalariado. Apliquemos un coeficiente de prudencia a estas estimaciones, y tendríamos que el PIB crecería alrededor del 2,7% y el empleo el 1%. Estas cifras seguirían siendo positivas, pero impedirían al Estado un superávit del 1,15% del PIB presupuestado inicialmente. En todo caso, es más que probable que se alcance el equilibrio presupuestario

Lo peor, el tinte electoralista que el Gobierno ha querido imprimir. Lo mejor, la apuesta por la competitividad

Las recetas para nuestra competitividad son bien conocidas. Inversión en personas, infraestructuras e investigación. ¿Cómo responde el presupuesto a estas exigencias? Pues con una subida del 16,4% para capital humano y tecnológico, un 14% para educación y un 17,4% para I+D+i. La inversión en infraestructuras crecerá un 11,5%. En caso de cumplirse, estos crecimientos otorgan a los poderes públicos mucho margen de actuación. La construcción, pese a desacelerarse, aún crecería, según el Gobierno, un razonable 3,8%, empujado más por el incremento de inversión pública que por el residencial. Si así fuera, la destrucción de empleo del sector se acotaría a estos primeros meses de ajuste. Ya veremos qué es lo que pasa.

Los gastos sociales crecen por debajo de la inversión en competitividad. Salvo la nueva prestación de dependencia, con un 118% de incremento, el resto del gasto social -pensiones y vivienda incluidos- lo hace por debajo del 10%. No podemos pues tachar a lo presupuestos de derrochadores.

Resumiendo. Lo peor, el tinte electoralista que el Gobierno ha querido otorgar a unos buenos presupuestos. Lo mejor, la apuesta por la competitividad. Y siempre nos quedará la duda de la veracidad de las estimaciones. Ojalá se cumplan.

Manuel Pimentel. Ex ministro de Trabajo

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