Una historia que suena conocida
En la tarde del 11 de septiembre de 2001, volvía a Washington en el vuelo 128 de Swissair...' Aunque parece el comienzo de un thriller, se trata de las memorias del ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que acabo de adquirir en Amazon.com. Parece que después de todo, Internet funciona. Todavía no he tenido tiempo de hojearlas, pero tengo claro que las claves para entender la crisis actual hay que buscarlas en su mandato.
El estallido de la burbuja de internet y los ataques terroristas el 11-S obligaron a bajar los intereses hasta el 1% para evitar la recesión. Los tipos retoman la senda alcista a finales del 2003, sin embargo, los bancos comerciales toman el relevo de los bancos centrales como proveedores de liquidez por la vía de la expansión del crédito.
Después de varios años de crecimiento global, estabilidad y optimismo, se baja la guardia, nos volvemos complacientes y se cometen excesos. En el ciclo pasado los excesos se cometieron en la Bolsa, llevando las valoraciones a niveles extremos. Esta vez, la historia se parece, pero no se repite, y los excesos se han cometido en el mercado de crédito.
El efecto más palpable lo tenemos en el rally vivido por los inmuebles al calor del boom hipotecario y en la interminable lista de operaciones corporativas alimentada por la facilidad de juntar dinero para financiarlas.
Como culpable de lo sucedido, las hipotecas subprime ganan por goleada. Se necesitaba una cabeza de turco y se ha encontrado. En mi opinión, sólo son el eslabón más débil de una larga cadena que se ha ido engarzando a lo largo de años de dinero barato. Con los bancos comerciales en retirada, cerrando la ventanilla del crédito para purgar sus excesos, los bancos centrales han vuelto a tomar el testigo.
La historia me suena. No sé si el Maestro nos dará pistas sobre su desenlace. Aunque aún no alcanzo a comprender la verdadera dimensión del final de su libro, invita al optimismo (al menos lejano). 'La frontera de esperanza que todos innatamente perseguimos nunca se cerrará'.
Joaquín Casasús. Socio director general de Abante