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Columna
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La lección de Imaz

Max Weber escribió con lucidez para distinguir entre la moral de la convicción y la moral de la responsabilidad que corresponde a los políticos. Anteayer, el hasta ahora presidente de la Ejecutiva del Partido Nacionalista Vasco, Josu Jon Imaz, consumó una lección de responsabilidad política hasta el límite más allá del cual habría traicionado sus más arraigadas convicciones. A la vista de la ponencia adoptada por el PNV para su próximo congreso, nuestro hombre ha decidido renunciar a su candidatura para un nuevo mandato de cuatro años como presidente del Euskadi Buru Batzar (EBB).

Es un ejemplo del todo infrecuente que demuestra su admirable condición personal. Recuerda la decisión de Felipe González en el 28o Congreso del PSOE, celebrado en mayo de 1979, cuando al ser rechazada su propuesta de suprimir la definición marxista del partido retiró su candidatura a la Secretaría General. González consideró entonces que en esas condiciones carecía de convicción para seguir tirando del carro. Se apartó sin protagonizar escisión alguna y siguió trabajando desde dentro hasta conseguir que su propuesta acabara abriéndose camino y fuera asumida por la mayoría, como sucedió en el Congreso extraordinario que fue convocado después.

Cualquier político al uso hubiera optado por el disimulo y la continuidad o habría montado un espectáculo de luz y sonido. Pero Josu Jon Imaz es de los que piensan que el ejercicio de responsabilidad debe conjugarse con el de las convicciones indeclinables, que si se abandonan vacían de contenido la propia acción política.

Permanecer en esa noble tarea no puede hacerse a cualquier precio ni para empujar en cualquier dirección bajo los parámetros de la indiferencia moral. Imaz abandona por la inclusión del referéndum obsesivo del lendakari Juan José Ibarretxe en la citada ponencia. Una medida fuera de la Constitución que vendría a envalentonar a la banda terrorista etarra, empeñada en volver a las andadas. Imaz ha sostenido que una consulta como acumulación de fuerzas para la confrontación es contraria al espíritu y letra de la posición del PNV. Pero ahora han cambiado la partitura.

En la carta de despedida Imaz, que vivió el trauma de la escisión de Eusko Alkartasuna en 1984 tras la dimisión de Carlos Garaikoetxea, sostiene que la división en el PNV añadiría inestabilidad a la política vasca. La carta se titula Apostar por el futuro y ese título parece una convocatoria que deja la puerta abierta a la esperanza. Dice Imaz que ha trabajado para que el amor a lo propio 'no nos lleve a construir el futuro contra nadie'. Explica que 'un partido no puede modernizarse en un contexto de competición por el discurso', situación en la que ahora se encuentra el PNV agitado por Xabier Arzalluz y Joseba Egibar con su empeño en urgir el maximalismo soberanista.

Con su experiencia de diputado en el Parlamento Europeo y de consejero de Industria, Comercio y Turismo del Gobierno vasco, Imaz subraya que 'el mundo está cambiando aceleradamente y, al igual que otras generaciones han hecho un esfuerzo ímprobo por modernizar y actualizar nuestro proyecto, también nuestra generación debe llevarlo a cabo'. Enseguida añade que 'conceptos como Estado-nación, soberanía o independencia adquieren hoy tintes necesariamente diferentes de lo que en el pasado representaban'.

En su opinión, cuando 'las fronteras se debilitan e incluso desaparecen en nuestro entorno, desde el nacionalismo vasco democrático tenemos que ser pioneros en las reflexiones de actualización de nuestro bagaje fundacional'.

Se diría que, como explica Vasili Grosman en su novela Vida y destino, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, las dudas que han irrumpido en el ánimo de Imaz constituyen lo más honesto y limpio que hay en su interior. Celebremos que no las haya aplastado ni repelido porque contienen la semilla del porvenir en el que nos jugamos la libertad de todos los vascos y del resto de los españoles.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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