Hipnotizado
Estamos ante una triste historia que se repite demasiado. La narra un joven drogadicto que nos explica cómo llegó a la situación en la que se encuentra cuando la escribe. Ha mendigado, robado, pegado... Incluso ha llegado a prostituirse para conseguir una dosis. Pero también ha entablado, con la gran ayuda de su amantísima madre, una lucha contra su adicción, y... ha vencido. Lo malo es que el pasado rara vez perdona.
Empiezo a escribir en este día de penumbra y oscura ansiedad enmi corazón. Después de un largo recorrido en mi vida y mucho sufrimiento, vuelvo otra vez a encadenarme detrás de unos barrotes. Mi ansiada libertad se vuelve a truncar para terminar de pagar mis fechorías anteriores; todo lo que me está pasando me lo merezco por culpa de mi adicción a las drogas.
El tiempo se escapa sin remedio de mi vida, por ello quiero dejar mi legado en forma de diario y pedir perdón por todo el daño que infligí mientras estaba hipnotizado por las drogas.
Lo único decente de toda mi existencia ha sido ganarle la cruzada a mi dueño; he sido un esclavo, explotado hasta la saciedad. Me seducía y no podía ver todo el daño que me causaba y todos los sinsabores que me ha deparado mientras seguía dependiendo de ella.
Gracias a mi madre y a mi fuerza de voluntad he vencido a los demonios que llevaba en mi interior y ahora soy feliz; el tiempo que he estado en libertad lo he aprovechado íntegramente y mi cerebro ya sólo me responde a mí.
Quiero escribir estas líneas para dejar constancia de mis últimos días de vida ya que sé que no me queda mucho tiempo. Mi dueño, al saber que le abandonaría, me castigó con una muerte lenta, pero segura: el sida entró en mi cuerpo y jamás saldrá de él.
Mucho sufrimiento, penurias, palizas... Todo por un chute diario por salir de la mísera realidad que estaba padeciendo, mendigando, robando, pegando, malviviendo, incluso la prostitución entró en mi ser repugnante y maloliente... æpermil;se era yo y en eso me había convertido, hasta que una parte de mi corazón, que aún quedaba limpio y puro, volvió a llamar a su madre, como un niño pequeño, asustadizo, suplicándole que lo ayudara y no lo dejara volver a esa vida.
Ha sido muy duro desengancharme; la droga me llamaba, me quería poseer, me decía: 'Eres mío, no puedes dejarme así, no te escaparás de mí tan fácilmente', pero yo no deseaba volver, no quería escucharla nunca más, me había matado y por culpa de ella, jamás volvería a sonreír ni a ser yo mismo.
¡Cuántas noches pasadas a la intemperie! Lloviendo, con viento, sin ropa para abrigarme, ni nada que comer... Antes la droga que llevarme algo al estómago, dolores permanentes en mi cuerpo y sin ningún remedio para aliviarlo, sólo llorar y chillar, eso es lo único que podía o sabía hacer.
Tengo marcas por todo el cuerpo. Mis cicatrices reflejan mi ser dolorido y me enseñan que no debo olvidar todos los sinsabores que he tenido en esta mísera existencia.
Cada día que despertaba -si realmente había dormido algo-, sólo pensaba en mi posesión más diabólica, estaba totalmente hechizado por ella. Había pasado de estar estudiando a dormir en la calle, sin que nada pudiera remediarlo.
Ya no recuerdo el día en que pasé de la inocencia a la maldad; todo lo ha destruido la droga: los recuerdos de mi infancia, las caricias de mi madre, mis amigos, mi novia...
Todo pasó a un segundo plano, sólo existía la dosis diaria, nada más importaba en mi vida.
Sucedió tan deprisa que, cuando me quise dar cuenta, ya estaba enganchado a ella y mi mente comenzó a hipnotizarse y empecé a olvidar a todo el mundo, incluso a lo más preciado, a mi madre.
Todavía no me puedo creer lo asesina que es la droga, cómo me aisló del mundo, de la sociedad, y me metió en un gueto. Estaba ciego y creía que lo que estaba haciendo era lo mejor para mi existencia.
Todo se lo debo a mi madre: mi amiga, mi confidente, mi esperanza de vida... Sólo ella creía en mis posibilidades de éxito, para ella era lo más importante. Me recogió con sus dulces palabras, me cuidó todas las noches llenándome de vida y resucitando mi abandonado corazón.
Siempre ha sido y será, hasta mi muerte, el motor de mi vida y nunca tendré palabras bastantes para agradecerle todo lo que ha luchado por mí.
Me ha costado muchísimo salir del presidio de la droga, las cadenas eran fuertes y consistentes y abrirlas ha sido un duro trabajo para mí y para mi madre.
Hemos luchado hasta la extenuación, pero al final toda esta cruzada y lucha perpetua han llegado a su fin y ella, doblegada y vencida, se ha rendido a mis pies. Tengo que estar alerta, las recaídas son peores que la propia muerte, pero mi cerebro ha vuelto a salir de la oscuridad y ahora sé realmente lo que deseo y quiero de verdad.
Todo este tiempo que he disfrutado de libertad en mi vida, todo este año y medio fuera de la cárcel y de las drogas, he tenido la suerte de volver a mi niñez. Todo nuevo para mí: la informática, la lectura, los nuevos amigos, las caricias de mi amada madre, una ducha caliente, una buena comida, dormir en una cama... Todo un placer para mi pobre cuerpo malherido.
Estuve mucho tiempo alejado de mi madre, me buscó por cielo y tierra, removiendo la ciudad, en busca de su hijo, sin dejar de amarme ni un sólo instante, sintiendo los mismos temores que yo tenía y rogándole a Dios que estuviera con vida.
Eso sí es amor, y por desgracia nunca lo podré saborear con un descendiente mío, sólo me queda el amor de mi madre. A mí me sobra y me basta, nunca podré amar a nadie como a ella, luchando hasta las últimas consecuencias por mí.
Pero todo lo bueno se acaba, todo el reposo y el bien que me procuró mi madre se ha acabado: he vuelto a la cárcel. Los barrotes de mi vida siguen acechándome y ahora sé de verdad que jamás saldré vivo de aquí; la fiebre aumenta día a día y mi cuerpo hace tiempo que dejó de luchar, ya no le quedan fuerzas para aguantar otro tirón y piensa que es mejor descansar en estos últimos momentos de mi vida. Lo único bueno que tiene todo este castigo es que moriré siendo realmente yo.
Jamás había pensado que haría tantas reflexiones tan cerca de la muerte, siempre me he visto tirado en un parque, buscando en contenedores algo que vender para poder conseguir mi dosis, durmiendo debajo de cartones con escalofríos y soñando con ver el amanecer para calentar mis huesos al sol, empapado de agua, sin ningún otro sitio para cobijarme. Sólo los portales fríos y oscuros me refugiaban hasta que algún vecino llamaba a la policía y tenía que huir, trapicheando, robando bolsos, dando algún palo a tiendas pequeñas, etcétera.
æpermil;sa era mi mísera realidad diaria, eso era todo lo que producía mi ser, una basura y asquerosa vida, sólo tenía ganas de morir y poder liberarme de todo aquello.
Pero, gracias a Dios, apareció mi madre; era un ángel cuando la vi llegar, juraría que unas alas desplegaban de su cuerpo en forma de colores de amor. Fue una sensación extraña y dulce a la vez; no podía imaginar cuánto amor sentía por ella, sólo sé que la abracé y no podía dejar de llorar; las lágrimas caían por mis mejillas esqueléticas y llenaban mi vida de felicidad. No quería separarme nunca más de ella, sólo quería sentirla, amarla, olerla y besarla. Fue un dulce encuentro, los dos surcamos nuestros sollozos en forma de finas gotas de lluvia de amor y sonreíamos al son de una caricia consumada por mi amada y querida madre.
¡Era tan grande el amor que sentía por ella! ¡ Tantas ganas de volver a verla! No quería separarme de su lado nunca más...
Todo era extraño para mí, hermoso y complicado a la vez. Las primeras noches fueron agotadoras; me dolía todo el cuerpo; mi madre, con su paz, sus canciones y sus paños de agua húmedos, apaciguaba los golpes brutales de mi adicción que me quemaba el cuerpo, me derretía por dentro, estaba putrefacto, parecía que éste se descomponía y mis chillidos de dolor y desesperación ahuyentaban los sonidos de la noche.
Pero todo valía la pena, sabía que con esfuerzo y sacrificio todo saldría bien y el mal sería expulsado de mi pobre y sufrido cuerpo. Con la ayuda de mi ángel todo sería más fácil y volvería para ser alguien en la vida.
Tenía muchas pesadillas; pensaba que estaba metido en una cueva maldita y jamás saldría de ella, aunque al final veía la luz y corría y corría hacia ella, pero el esfuerzo era en vano, nunca alcanzaría la luz y me quedaría en la absoluta oscuridad.
Sofocado y sudoroso despertaba inquieto y petrificado, y al ver la cara de mi madre, dormida plácidamente en el sofá del hospital, sabía que todo había sido una pesadilla y mi mundo estaba cambiando, sólo el mal podía atacarme en sueños y poco a poco se quedaría sin fuerzas contra mi corazón.
Pero algo salió mal, los fantasmas de la muerte que recorrían mi cuerpo no se querían marchar del todo y me dejaron la enfermedad del sida, ¡cuánto lloré al lado de mi madre! ¡Cuántas calamidades me quedaban en mi asquerosa y patética vida!
No podía pensar, tanto esfuerzo, tanto sufrimiento y al final moriré pronto y joven, sin hacer nada de nada, en esta existencia que me tocó llevar.
No me lo podía creer, me iría a la oscuridad más absoluta dentro de poco y encima tendría que entrar en la cárcel. Era demasiado castigo para mis oídos.
Lloré de impotencia, pataleé como un crío y destrocé todo lo que mis manos y mis piernas cogían en su círculo de acción.
Todo fue inútil, después de descargar mi adrenalina, me senté y rompí a llorar abrazado a mi madre. Mis ojos se llenaban de abundantes lágrimas, empapando mi camisa de agua, llena de lástima, humillación y resignación. Era el final esperado para mi alocada existencia; no podía ser de otro modo, todo tenía sentido y pagaría con mi muerte todo el daño causado.
Después de unos días de melancolía y pena, decidí terminar mi vida como una persona honrada y civilizada, acabar con mis miedos y mis inquietudes, encarar la muerte con valentía y coraje, pedir perdón por todos mis pecados y suplicar por mi alma.
Quedaba poco tiempo para entrar en la cárcel y tenía que aprovecharlo al lado de mi madre. No me separaba de ella para nada, lo hacíamos todo juntos; quería sentirla hasta el final, porque sabía que jamás la volvería a tener a mi lado.
Pasamos ratos increíbles e inimaginables para mí, ¡cuánto me había perdido por la droga! ¡Qué bello era vivir y respirar aire puro! Me encantaba estar en el campo, poder escuchar el canto de los pájaros, oler a vida en ese florido lugar y sentirme feliz con mi cuerpo, mente y corazón.
¡Qué bellos paseos dábamos juntos! Cogidos de la mano, viendo a los niños jugando en el parque felices con sus vidas, imaginando ser superhéroes que luchan contra los villanos, sus caras de felicidad me aportaban mucha paz; eran soñadores y disfrutaban con ello, ése era mi único consuelo: poder vivir tiempos mejores cuando mis párpados se cerraban. Soñaba con bellas imágenes y sentía por primera vez la necesidad de amar y ser amado.
La vida se me acaba como tal y he de afrontarlo de la mejor manera. Mi ingreso en la prisión fue duro y caótico. Mi madre lloraba y gritaba: '¡Te quiero, hijo mío!'. ¡Qué duros momentos! Mis ojos se quedaban sin lágrimas, era todo tan patético... Sólo recuerdo la imagen de mi madre suplicando por mi libertad y mi cuerpo entrando por el oscuro túnel de los barrotes de mi agonía.
Todo está decidido, mi cuerpo se agota y mi corazón sólo piensa en lo feliz que ha sido durante año y medio. Por fin había entrado la felicidad en mi alma y eso no se borraría nunca. No importaba estar aquí dentro, mis labios se inundarían de plenitud al soñar con todas las cosas que había vivido al lado de mi madre.
Es duro volver a entrar en este sitio fúnebre y solitario; todo es mierda. La droga circula por mi lado, pero me mantengo firme en mis convicciones. Quiero morir con mi mente y mi corazón limpios, no quiero estar hipnotizado, deseo llevarme todos mis recuerdos y, cuando llegue mi día, poder recordarlos y tener una muerte feliz y dichosa.
Mi querida madre, sólo te pido un último favor: no me entierres, quiero ser incinerado y que mis cenizas sean tiradas al mar; deseo ser libre por una vez en la vida, no quiero seguir el resto de mi eternidad encerrado entre cuatro paredes, sólo deseo nadar el resto de mi existencia.
¿Cómo será la vida sin ti?, eso es lo único que mata mi corazón, el despedirme para siempre de ti y no volver a sentirte en mis brazos, no besar tus mejillas y perder tu calor de madre para siempre. ¿Cómo podré vivir sin eso? Tendré frío perpetuo y tu voz la llevaré en mi camino a la eternidad...
æpermil;sa es mi pena, no hay ninguna más, lo demás no importa; todo es secundario, lo principal eres tú y sólo tú.
Creo que ha llegado la hora de dejar de escribir, veo cómo la guadaña de la muerte se acerca a mi pobre cuerpo, mis ojos se están nublando: te quiero madre; perdóname todas las lágrimas del papel, pero estoy tan solo en la hora de mi muerte... Ya está aquí, la siento cerca de mí, recorre mi cuerpo. Dulces sueños mi querida madre, te esperaré en la eternidad, nunca me olvides. Eres lo más grande de mi vida y pensaré en ti, hasta que cierre los ojos para siempre.
Te quiero madre, cuídate...