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Columna
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¡No tan rápido!

Antes, durante y después de las recientes elecciones las glosas oficiales sobre la evolución de la economía se han dedicado a ensalzar el empuje de la actividad resumido en el crecimiento del PIB durante el primer trimestre del año -un 4,1% en tasa anual-, que ha superado las previsiones de los analistas. Para la mayoría de éstos la cifra del INE constituyó una sorpresa pues parece indicar que el crecimiento no flaquea, más bien indica un reforzamiento de la tendencia alcista iniciada hace casi cuatro años.

Cierto, apuntan algunos, que tanto el consumo privado como la construcción residencial han ido perdiendo fuelle pero, por el momento, el resto de la construcción, la inversión privada en bienes de equipo y un mayor equilibrio en la demanda externa han apuntalado el fuerte ritmo de crecimiento mostrado por nuestra economía durante los inicios de 2007. Por añadidura, nada permite pensar que en los próximos meses ese ritmo de crecimiento vaya a disminuir apreciablemente. Queda por ver qué sucederá al final del verano y comienzos del otoño, una época en la cual la marcha de la economía -y sobre todo las expectativas sobre la misma- acaso se vean influidas por acontecimientos de signo político tales como los rumores de un adelanto de las elecciones generales.

Pero aun cuando eso sucediera es muy posible que el producto aumentaría este año alrededor del 3,8% -la OCDE pronostica un 3,6%-. Las incertidumbres son mayores por lo que a 2008 respecta: una evolución meramente tendencial señalaría hacia la zona del 3,4% pero si surgiese algún contratiempo -lo que se hablará después- quizá no fuese errado el pronóstico de la OCDE: a saber, un 2,7%, en lugar del 3,4% previsto en estos momentos por los analistas españoles.

Tampoco son malas las cifras sobre inflación. Caso de cumplirse la cifra adelantada hace unos días por el INE para el mes de mayo -un 2,4% en tasa anual-, el ejercicio podría cerrarse en un 2,7% -ocho décimas porcentuales por encima de la media esperada en la zona euro- con un ligero repunte hasta el 2,8%, en línea con lo previsto para nuestros socios (2%). Pergeñadas así las líneas generales de lo que podría ser un tranquilizador panorama económico conviene detenerse y ponderar posibles escenarios menos optimistas, pero no por ellos menos probables. ¿Por qué?

En primer término las amenazas sobre los dos motores de nuestro crecimiento económico más reciente -consumo privado y construcción residencial- son cada vez más claras: las subidas ininterrumpidas del coste de las hipotecas empiezan a traducirse en una mayor contención en el consumo y la política monetaria, instrumentada mediante nuevas subidas de tipos de interés, amenaza con hacer cada vez más pesada una carga que, tarde o temprano, se convertirá en excesiva para la mayoría de unos hogares ya muy endeudados. El resultado conjunto, no se olvide, puede suponer una merma del ritmo de crecimiento superior a un punto porcentual -con lo que estaríamos en la cifra de la OCDE para 2008 antes mencionada-.

Si bien el anunció de un Presupuesto expansivo -como corresponde a un año electoral- podría convertirse en un apoyo a corto plazo no podemos olvidar, por citar un ejemplo, los riesgos que el cambiante modelo territorial en curso de edición encierra para el próximo inquilino del caserón de la calle de Alcalá y para el correcto manejo de la política fiscal, único instrumento de política económica que al Estado le queda.

Existe otro factor que tampoco debería olvidarse: la Bolsa. Hemos asistido al desbordante optimismo que ha acompañado su comportamiento durante el mes de mayo. Pero todos conocemos lo sensible que son los mercados a la aparición de cifras, comentarios o acontecimientos nacionales o internacionales. No sólo un desplome sino una moderada corrección podría afectar al curso futuro de la economía por una doble vía: haciendo más costosa la financiación de las empresas -o sea, elevando el coste del capital- y reduciendo la riqueza financiera de las familias, lo cual afectaría tarde o temprano a su consumo.

En conclusión y como dirían los latinos: disfrutemos del presente; a lo cual convendría añadir, pero preparémonos, por si acaso, para un futuro más gris.

Raimundo Ortega. Economista

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