Implicaciones de la decisión de la banda terrorista
Es fácil creer en lo que se desea. Por eso la razón tiene que violentar a la querencia para darse cuenta de su fragilidad o desatino. El anuncio de vuelta a las hostilidades sirve para eliminar la ambigüedad porque, aunque se prefería mirar para otro lado, la tensión ha persistido durante los 14 meses que ha durado, con episodios sonados como el atentado de Barajas y el acopio de armas y explosivos. El deseo de paz siempre ha sido intenso, pero la esperanza no ha pasado de tibia.
La confrontación arriesga vidas. Incluso quien evita ese desenlace no escapa al riesgo ni a las consecuencias de todo tipo que trae consigo. Las expectativas se deterioran en todos los planos por causa del temor, que lleva a invertir en seguridad, a eliminar o minimizar la nueva inversión, a pensar en la expansión de la actividad o, incluso, el fijar la residencia en entornos menos complicados. La calidad de vida se reduce y la actividad económica se detrae.
El mercado es una institución frágil que sólo florece en el Estado de Derecho. Requiere que los contratos se cumplan, que se respete la palabra dada, que las leyes perduren, que se apliquen y que su transgresión sea supervisada por una justicia independiente.
En sentido contrario actúan la extorsión, el boicot, el uso partidario de la justicia, la frivolidad a la hora de dictar leyes y crear organismos públicos prescindibles, pero por encima de todo el riesgo de la vida sin que medie siquiera motivo formal alguno. En estas circunstancias la actividad creadora, la innovación, la búsqueda de productos y mercados nuevos queda en segundo lugar. La atención, el empuje y el entusiasmo declinan frente al recelo, la duda y el miedo.
El terror y la extorsión son difíciles de desarraigar. Cuando se convierten en modus vivendi de cientos de personas y exhiben credenciales que aspiran a defender ideales o derechos pueden perdurar, por más que su contenido de análisis o ideales sea ínfimo o nulo. En cualquier sociedad hay una porción de descontentos que pueden prosperar si el caldo de cultivo es propicio en forma de libertades sin contrapartida, de debilidad en la aplicación de normas que garantizan la igualdad de derechos y de tolerancia con los abusos de cualquier índole.
Uno de los problemas principales que derivan de situaciones de confrontación prolongada es la reubicación de los implicados pertenecientes a la parte perdedora a la que, si se le permite reclutar una nueva leva, puede persistir durante otra generación.
La lección se ha repetido una vez más. La gran mayoría de la población no quiere violencia. Cualquier opción política tiene un medio de expresión, pero no violentando los derechos ajenos, especialmente la vida y la libertad, pero también la opinión, la propiedad, la seguridad y otros. Esa gran mayoría debe unirse para que la ley se cumpla en sus justos términos y la libertad pueda ejercerse plenamente. Sobre esa base cualquier debate puede plantearse y cualquier futuro puede ser concebido, propuesto y debatido y, si se aprueba a través de los cauces legales, también alcanzado.
El problema está en definir con precisión el eje en torno al que se articula la unión. La unión por la unión es vaguedad. La unión contra la violencia tiene contenido si se articula para qué es, o sea, fines y medios suficientes, así como si se estipulan las prácticas que se dejan de lado, se hace público el acuerdo y se informa de la evolución de la actividad.
La transparencia y el mutuo control son mecanismos del Estado de Derecho de los que hay que hacer uso. Por el contrario, el secretismo beneficia a quien tiene en su mano la capacidad de destaparlo y deja en evidencia a quien debería evitarlo.