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Columna
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¿Alcaldes? ¡Ojo, que llevan nuestra economía!

Los alcaldes no pueden fijar las grandes líneas macroeconómicas, ni las leyes mercantiles, ni los tipos de interés, pero gestionan una gran tarta del PIB, según subraya el autor, que analiza la repercusión de la Administración local en la economía y el empleo a escala nacional.

Nos encontramos en plena campaña de las municipales, y pareciera que tan sólo los servicios próximos estuvieran en juego. Al igual que en las campañas generales se discute ampliamente de economía, de empleo y de recetas macroeconómicas, en las municipales las cosas de comer quedan en un segundo plano frente a proyectos de obras y mejoras de servicios a los ciudadanos. Todo lo más, algún candidato echa en cara al otro la escasa creación de empleo durante su mandato, o la superior tasa de desempleo que padece el municipio. Los analistas políticos se limitan a elucubrar sobre el carácter plebiscitario de los votantes y hacen sumas sobre las proyecciones en unas futuras elecciones generales.

Parece que existe una curiosa ley en la sociología política española por la que los resultados de las municipales anteceden a los globales. Así, el PP ganó las municipales anteriores a su triunfo del 1996, y el PSOE consiguió lo propio antes de 2004. Es lógico que el resultado de estas próximas elecciones tenga inquieto a todas las formaciones y a sus adláteres. Pero, gane quien gane, el resultado de las municipales será mucho más que un gigantesco sondeo del estado de ánimo del país. Sobre todo, serán las elecciones en las que escojamos a nuestros más importantes gestores económicos. ¿Que quiénes son? Pues bien sencillo, los alcaldes. De ahí la importancia del acierto en los mejores.

¿Qué porcentaje del PIB nacional suponen los servicios municipales del ciclo integral de aguas, los de recogida de basuras, los del transporte público, las infraestructuras municipales, las actividades culturales o el consumo energético local, entre otros? Pues una auténtica barbaridad, sin necesidad de realizar el recuento. Sin duda alguna, los ayuntamientos son auténticos motores económicos.

Hemos vivido la era del pelotazo, y para pelotazos, los que han pegado los ayuntamientos en cada recalificación

¿Y qué decir del empleo? ¿Cuántos trabajadores directos -como funcionarios, interinos o laborales- o indirectos, a través de las empresas municipales o las contratas están empleados por los ayuntamientos? Seguro que varios millones. Quiere esto decir que un significativo porcentaje de la economía y el empleo nacionales están en manos de los alcaldes. En su elección, por tanto, nos jugamos no sólo la decoración urbana, sino la gestión de gran parte de nuestra economía.

Que si los alcaldes no pueden fijar las grandes líneas macro, ni las leyes mercantiles, ni los tipos de interés, sí gestionan una gran tarta de nuestro producto interior bruto. Y, por si fuera poco, al gastar e invertir más de lo que ingresan, se endeudan, y esa deuda municipal no disminuye en su relación al PIB, tal y como ocurre con la estatal, y muchas de las autonómicas. Su gestión tiene repercusiones micro -en el empleo y bienestar local-, y macro, en el PIB nacional o en la deuda pública, por citar tan sólo dos ejemplos concretos.

¿Y cómo se costean estos presupuestos? La financiación municipal es el eterno problema sin resolver. Son muchos los servicios que los ciudadanos reclaman a los ayuntamientos, y pocos los dineros que estos disponen para satisfacerlos. Los ingresos municipales se basan en tres soportes básicos. Las transferencias del Estado, las de la comunidad autónoma y los propios ingresos por tasas e impuestos propios. Los impuestos municipales han ido creciendo -IBI, tasas varias, etcétera- aunque la verdadera revolución impositiva se ha producido sobre las tasas de las licencias urbanísticas.

Hemos vivido la era del pelotazo, y para pelotazos, los que han pegado los ayuntamientos en cada recalificación. Les entraban dineros, terrenos, compensaciones, obras pagadas en virtud de los convenios. Una barbaridad. Tanta, que muchos municipios han vivido esta última década gracias a las plusvalías del ladrillo. Los impuestos y los fondos que las Administraciones superiores no les cedían, ellos los recuperaban con creces de la teta de un pujante urbanismo redentor. Y esto ha ocurrido con gobiernos municipales de todos los colores.

Esta realidad no vive bajo ninguna bandería política concreta, es un fenómeno extendido por doquier. Ahora que parece que el empuje urbanístico va a remitir -menos de lo que nos creemos, por cierto-, las habilidades gestoras de los alcaldes se tendrán que esmerar, puesto que tendrán que gobernar con menos recursos.

¿Alcaldes? Nos preguntamos. Y el eco de la sabiduría nos responde: ¡ojo, que son los que llevan nuestra economía!

Manuel Pimentel.

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