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Internacional

Sarkozy y Royal se disputarán la presidencia de Francia

El conservador Nicolas Sarkozy y la socialista Ségolène Royal lucharán por la jefatura del Estado francés en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 6 de mayo, tras unas primeras votaciones marcadas ayer por una participación histórica (85%).

Nicolas Sarkozy confirmó ayer las predicciones de todos los sondeos. El líder del partido conservador fue el gran triunfador de la primera vuelta en la carrera hacia el Elíseo, con el 30% de los votos, según las estimaciones del Ministerio de Interior, con el 64% del voto escrutado.

Su adversaria en la segunda vuelta, el 6 de mayo, será la socialista Ségolène Royal, que obtuvo el 24% de los votos. El centrista François Bayrou no pudo confirmar su imparable ascenso de las últimas semanas, y su candidatura se desinfló, hasta el 18%. Su tercera posición alejó definitivamente el espectro de la extrema derecha, cuyo veterano candidato, Jean-Marie Le Pen, se coló en la segunda vuelta de las elecciones de 2002, dando el mayor susto a la vieja democracia gala. En la cita del domingo, Le Pen obtuvo, según las estimaciones, el 11% de los votos.

Francia se expresó alto y claro en la primera vuelta. El país galo acudió masivamente a las urnas, en una participación que alcanzó el 85%, la mayor participación de la historia de la V República.

A las 17.00 horas ya había votado el 73,87% de los 44,5 millones de franceses que estaban llamados a las urnas, devolviendo al país el gusto por la política después de la abstención récord de 2002, que alcanzó el 28,4%. Incluso las llamadas barriadas 'sensibles', es decir, los barrios conflictivos, donde tradicionalmente se registran niveles muy elevados de abstención, votaron en masa. El municipio de Clichy-sous-Bois, a las afueras de París, donde en noviembre de 2005 prendió la revuelta de quema de coches, participó un 32,16%, frente al 19% de 2002.

Invadido de masas de seguidores, el teatro Gaveau de París escuchó entregado al líder conservador Sarkozy, quien en su discurso, poco después de conocer las primeras estimaciones, habló de recuperar la unidad de Francia e instó a abrir en la segunda vuelta un debate de 'ideas, de proyectos, lo que los franceses esperan desde hace mucho tiempo'. Un intento sin duda de romper con la campaña de la primera vuelta en la que una invasión de medidas y de contramedidas han ahogado cualquier intento de hablar de un proyecto de futuro.

Sarkozy rememoró el papel que deberá ocupar en el mundo Francia, en plena crisis de identidad. Recordó sus valores, 'la autoridad, el valor del trabajo, el mérito, la moralización del capitalismo'. En definitiva, 'unir el pueblo francés en un nuevo sueño'.

La renovación que Francia necesita, el tema de estas elecciones, fue retomada por su contrincante, Ségolène Royal, en un discurso que llegó casi dos horas después del de Sarkozy. En una actitud un tanto hierática, la candidata socialista evocó un 'sistema que ya no funciona', y se erigió en la posibilidad de 'reformarlo sin brutalizarlo'. Royal pidió una 'Francia protectora y dinámica, que se apoye en valores humanos y no sólo en valores bursátiles'.

La heredera de François Mitterand

Ségolène Royal ha demostrado durante toda la campaña su aguante ante la hostilidad de los pesos pesados de su partido. En ocasiones contadas habrá habido un candidato presidencial tan poco apoyado en sus propias filas. Sus primeros guiños a la candidatura al Elíseo, hace dos años, fueron recibidos por los barones del Partido Socialista (PS) francés no sólo con furia, sino también con cierta sorna. La desigual campaña de Royal, de 52 años, nacida en Dakar (Senegal), que sólo en los últimos días ha logrado enderezar, se debe en parte a este abandono de los suyos. Compañera del secretario general del PS, François Hollande, a quien el presidente François Mitterrand propulsó a la política, no ha dudado en virar hacia los valores tradicionales de la derecha, el orden, la patria, el valor del trabajo, e incluso la bandera, para frenar a Sarkozy. Su reivindicación de candidata del cambio -el tema de esta campaña- va de la mano con su condición de mujer y madre de cuatro hijos, que ha erigido en su tarjeta de visita política. El aumento del salario mínimo a 1.500 euros brutos ha sido una de sus medidas estrella para convencer al electorado de izquierda, cuyas verdaderas preocupaciones, como el empleo y los temas socioeconómicos sólo recuperó, y con alfileres, al final de su campaña.

El político camaleón

Nicolas Sarkozy habrá sido el candidato de la campaña más larga. Arrancó hace cinco años, cuando este hijo de inmigrantes burgueses húngaros entró en el Gobierno conservador de Jacques Chirac, en 2002. Desde su atalaya de ministro de Interior, donde se codeó con el verdadero poder, sólo tuvo un punto de mira: la siguiente cita con las urnas. Forjado sin la figura del padre, Sarkozy ha hecho de la determinación y la voluntad sus principales armas para ascender. No en vano ha llegado a decir estar dispuesto a 'sacrificarlo todo por su ambición'. En su papel de auténtica cara de la meritocracia -sin fortuna personal, sin haber pasado por la prestigiosa universidad francesa ENA, abogado de profesión-, este animal político de 52 años ha subido cada peldaño del poder a base de instinto.En estos cinco años Sarkozy ha sido capaz de permanecer siempre en el centro del debate. De su primer paso por Interior de donde salió con el apodo de 'primer policía de Francia', desechó la policía de proximidad más cercana a la población en las barriadas difíciles. De su segundo, en 2005, Sarko tuvo que lidiar con la explosión de violencia en estas barriadas de las afueras de París. Lejos de debilitarle, y pese a tachar de 'gentuza' a sus habitantes -lo que le ha valido un verdadero odio-, salió del bache más fuerte. De aquella época data 'la inmigración elegida y no sufrida' que desea para Francia.De su paso por la cartera de Economía, en 2004, este pretendido adalid del liberalismo económico fue protagonista de la entrada in extremis del Estado en la casi arruinada Alstom. 'Trabajar más para ganar más' ha sido su frase fetiche contra la jornada de 35 horas impuesta por el Gobierno socialista de Lionel Jospin, que quiere amputar. De alcanzar el Palacio del Elíseo, su primera medida será, dice, revalorizar el trabajo.

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