Discriminar es de sabios
Todos los antropólogos del mundo estarán de acuerdo conmigo en que una de las habilidades que nos diferencian de los animales, pobres, al albur de la selección natural, es nuestra capacidad para la discriminación positiva. Aunque no quieran, el pájaro deja caer del nido al polluelo menos luchador, el tiburón se come a sus hermanos más débiles y la leona se aparea con el león más fuerte y sano, no con el más listo.
Es cierto, los espartanos despeñaban a sus propios hijos si no daban garantías de ser buenos guerreros, pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora, si un hijo no es buen estudiante le buscamos clases de apoyo, y si tiene problemas respiratorios le apuntamos a natación haciendo de él un Weissmuller. ¿Sabía usted que Johnny fue rey de los monos porque era un niño debilucho y enfermizo?
Un buen emprendedor, es otro buen ejemplo, es una persona que huele el negocio y discrimina la oportunidad cuando nadie la ve. Es un visionario y, en contra de lo que le dicen su instinto de conservación y los demás, se deja guiar a ciegas por su olfato canino. También discriminamos positivamente cuando primamos a un comercial que entiende y habla el chino para una nueva sucursal en Asia.
Pero errar es de sabios. Y no en vano, somos los más sabios de la tierra. ¿Cuantos empresarios fracasados conoce? ¿Y cuantos padres han sido incapaces de enderezar a un hijo mimado? Y es que por error, desconocimiento, cobardía o debilidad, los humanos a veces discriminamos mal.
Volviendo al empresario brillante, uno de sus errores más peligrosos es nombrar sucesor a su primogénito, cuyo único mérito en la vida es conducir el coche más caro del mercado. También discrimina mal la universidad americana que da becas estatales de diversidad a representantes de minorías de familias acomodadas.
A estos casos de mala discriminación positiva hecha a sabiendas de que persigue otros fines, que no son los esgrimidos, yo le llamo, más bien, prevaricación positiva. Y es muy dañina porque, entre otras cosas, penaliza los datos estadísticos que analizan los beneficios de la discriminación positiva.
Pero existe otra clase de discriminación, la negativa. Los humanos, y en eso somos igualitos a los animales, desconfiamos y huimos de lo que no conocemos, de lo que es diferente. Los perjuicios de esta discriminación no son fácilmente cuantificables, pero todos reconocemos que mucho talento y potencial se ha perdido en la maraña de los prejuicios o se ha quedado en el fondo de un armario.
Ningún médico en su sano juicio recetaría antibiótico para un mal menor, hay que dejar que el organismo aprenda a defenderse. Pero a grandes males grandes remedios y en caso de septicemia no arriesgaría la vida de un paciente para ver si se puede defender solito. Me temo que en la actualidad el neto entre la discriminación negativa y la positiva en España es muy poco halagüeño. Si acudiéramos a él, con sólo un 4% de mujeres en consejos de administración siendo el 60% de los licenciados, estoy segura de que el doctor House nos recetaría 'discriminación positiva de amplio espectro' sin pestañear, y encima nos arrearía un bastonazo.
Es cierto que antes las mujeres, en general, no tenían estudios, y mientras ellos hablaban de la guerra, ellas tenían que dormir la siesta (aunque sólo Escarlata pudo salvar la tierra roja de Tara). Los homosexuales, por su parte, eran raritos y sólo eran admitidos si se dedicaban al artisteo o al diseño; los discapacitados eran inútiles y los extranjeros constituían mercados ajenos allende los mares. ¡Pero atención que en unos añitos el panorama ha cambiado, y mucho!
Si en su empresa nadie habla el idioma de estos cuatro colectivos, entre otros, ¡discrimine, discrimine! que buena falta le hace. Tenga en cuenta que el talento es un bien escaso y los que hablan estas lenguas entre el perfil estándar que usted frecuenta son todavía más raros.
Si está usted en política, no olvide que la mayor parte de los permisos de trabajo que se otorgan en España son para puestos no cualificados y si queremos competir globalmente ya estamos necesitando de los otros. Le recomiendo que eche un vistazo a las políticas de discriminación positiva de Reino Unido y EE UU, donde los graduados de las primeras escuelas de negocios obtienen visados automáticos y no les dejan escapar tan fácilmente. Si está preocupado por la fuga de talento, discrimine y quédese el de fuera, ¡los americanos lo están haciendo desde hace siglos con muy buenos resultados!
Finalmente, si recela de la discriminación positiva y le gusta la música y el baile vea Billie Elliot, un diamante en bruto que el implacable Darwin hubiera enterrado en la oscuridad de una mina.
Margarita Alonso. Miembro del Comité Ejecutivo del Instituto de Empresa Business School