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Tribuna
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¿Dónde va América Latina?

Hemos vivido los episodios producidos con motivo de la visita a América Latina del presidente de EE UU, George Bush, y la réplica del presidente venezolano, Hugo Chávez, que han derivado en una serie de tendencias que se profundizan cada vez más en la región. Chávez está tomando una importancia y un peso específico de liderazgo clave en América Latina que puede empujar a sus seguidores (a nivel externo e interno) en una dirección quizá no demasiado deseable.

Internamente, su último logro ha sido arrogarse el poder de gobernar a golpe de decreto los próximos años y eludir así los escasos frenos e instituciones que podían ejercer cierto equilibrio en su país. Es un hecho más de un líder mesiánico orientado a ganar mayor cuota de poder y de posibilidad para hacer y deshacer a su antojo. Externamente su influencia y apoyo empieza a tener cierto eco. Pero la realidad muestra que la línea de fractura en América Latina empieza a ser verdaderamente preocupante.

La unión de gobernantes carismáticos y populistas orientados a viejos discursos demagógicos e ideologizados y la pérdida de competitividad internacional está haciendo que esta zona del mundo se vaya volviendo progresivamente más y más irrelevante.

La mayoría de los expertos y los estudios realizados sobre el futuro de América Latina ven un ciclo de 'eterno retorno'. La progresiva división interna regional, la ineptitud política refrendada por Gobiernos ineficientes, y la explosión de una ola imparable de violencia y criminalidad, hacen que se demanden líderes carismáticos, salvadores, gobernantes populistas, que no hacen sino ahondar más en las causas de esta situación y que alejan a los países de la región de vislumbrar nuevas posibilidades.

El estallido de China, India y los países del Este asiático restan cada vez más importancia a la posición de América Latina como suministrador de materias primas mundial y a su vez, aunque parezca contradictorio, fija a los países latinoamericanos como meros exportadores de materias primas básicas (que venden a China en gran parte). Esto imposibilita la evolución hacia estructuras más sofisticadas que permitan ser más competitivos y captar nuevas inversiones productivas (uno de los grandes peligros de la región, como ya señaló en 2005 el Programa de la ONU para el Desarrollo).

Una gran parte de la población, alimentada por gobernantes ideologizados, aún sostiene la Teoría de la Dependencia, un discurso de los setenta, en virtud del cual la pobreza latinoamericana se explica por la explotación de EE UU y las potencias capitalistas. Esto les incapacita para la autocrítica constructiva orientada a mejorar lo existente, lo cual obligaría a las élites políticas a reflexionar sobre su papel y legado.

Los países de América Latina han de volcarse en encontrar vías para ofrecer previsibilidad tanto a inversores como a sus propios ciudadanos, seguridad jurídica y políticas sostenidas a medio o largo plazo. Esto está empezando a ocurrir en países como Chile o Brasil, donde han desaparecido los líderes populistas y mesiánicos, sustituidos por estructuras que pueden ofrecer políticas de Estado basadas en la continuidad, independientemente del color del partido en el Gobierno. Pero, desgraciadamente, no es lo habitual. Lo normal es encontrar líderes unipersonales, aún de distintas ideologías y credos (Castro, Evo Morales, Hugo Chávez, Kirchner, Ortega, etcétera) que presentan un discurso defensivo, de nacionalismo estrecho y anticapitalista que no es capaz de abordar la realidad tal cual y que impide el progreso de la región.

Desde el punto de vista político, los líderes deben ejercer un papel más orientado a la adopción de políticas y medidas encaminadas a lograr la modernización y la captación de inversiones (muchas de ellas serán extremadamente impopulares, pero es lo que hay que hacer). Ello choca con los resultados en las elecciones del último año, en las que se aprecia claramente el ascenso de líderes populistas, carismáticos y nacionalistas con fuertes tendencias autoritarias que no hacen sino potenciar la distancia entre la necesidad de modernización y el atraso y la irrelevancia patente que demuestra cada día América Latina.

El momento es crítico para la región, la decisión es avanzar, modernizarse y evolucionar captando nuevas inversiones y solidificando procesos políticos modernizadores o hundirse en el marasmo mesiánico que, como ya ha quedado demostrado, no hará sino alejar las inversiones, disminuir el potencial económico, incrementar la pobreza, potenciar la criminalidad y sumir a los países de la región en un atraso que puede convertirles en convidados de piedra de la escena internacional, y en regiones inestables y fracturadas a nivel interno

Pedro Gioya Socio del Instituto de Liderazgo

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