La cigarra y la hormiga
La gestión del éxito es una de las asignaturas más complicadas para aquellos profesionales cuyo trabajo se traduce directamente en resultados, sean comerciales, inversores o deportistas. Las buenas rachas nunca duran para siempre, y es en estos periodos cuando hay que hacer los deberes para cuando las cosas marchen algo peor. Porque, de lo contrario, toca cambiar en el peor momento. Y eso es, probablemente, lo que les haya ocurrido a los gestores de fondos menos previsores. El viejo cuento de la cigarra y la hormiga.
Los datos más sencillos son a veces los más significativos. Desde el mes de junio de 2006, cuando se superó el bache de mayo, hasta el fatídico martes de la semana pasada, el Ibex había avanzado un 38%. Espoleado, sobre todo, por opas, fusiones y rumores sin fin. Pero los motivos son otra historia, y suelen ser un tanto maleables a la luz de los acontecimientos más recientes.
Quienes no lo hicieron tienen ante sí un complejo dilema. Comprar, vender o mantenerse. El dilema de siempre, sí, pero agudizado por un entorno mucho más incierto que hace una semana. Vista la rapidez con la que la Bolsa se desploma, mantenerse supone correr un riesgo. Pero vender ahora, con el mercado un 7% más barato, supone mandar al garete las plusvalías de unos tres meses, además de un notable varapalo a la autoestima de los gestores. Y comprar, pues sí, el mercado se ha puesto más barato. Pero ya se conocen los efectos de promediar precios de compra y otras trampas al solitario.
Quien no hizo los deberes a su tiempo vive una versión light de la pesadilla del inversor: quedarse pillado. La solución no es fácil, y por eso sería prematuro descartar nuevas y violentas caídas. Si los fondos que no han soltado papel -la mayor parte, según sus palabras- se asustan por algún nuevo acontecimiento, los mercados volverán a teñirse de rojo. Y, al contrario, se necesitará algo más que unos PER marginalmente menores para animar a los potenciales compradores.