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Libros

Cómo despedirse de la vida

Conmovedor, valiente, emotivo y nada sentimental. El director de la multinacional de servicios profesionales KPMG en Estados Unidos Eugene O'Kelly acudió a un rutinario examen médico, y se encontró con un demoledor diagnóstico: un tumor cerebral y tres meses de vida por delante. Una vez superado el golpe inicial decidió aplicar toda la lógica que había desarrollado a lo largo de su exitosa carrera como consultor y planificar cómo se iba a desarrollar el tiempo que le quedaba de vida. Para empezar, decidió escribir este libro, según Financial Times el mejor libro de 2006, que no pudo terminar, como tampoco pudo hacer ese viaje a Praga, que tanto ansiaba con su hija Gina, planificado para el 16 de septiembre de 2005. Falleció seis días antes. Volviendo al inicio de la enfermedad, lejos de venirse abajo, O'Kellly sacó fuerzas, entre sesiones de radioterapia, para vivir de manera intensa el tiempo que le quedaba. Comenzó haciendo un repaso, bastante autocrítico, sobre su vida, su trabajo, sus metas, el significado del éxito. Y empezó a evaluar qué es realmente importante en la vida. Lejos de autocompadecerse, el autor asegura que cuando el doctor le comunicó la mala noticia, recibió una bendición. Sólo le quedaban tres meses de vida y los iba a aprovechar para despedirse, para vivir momentos perfectos con los suyos. Por desagradable que fuera, se obligó a reconocer que se encontraba en el tramo final de su existencia y a actuar en función de ello.

Sus habilidades como director general, en concreto su capacidad para ver una imagen de conjunto, para resolver una amplia gama de problemas, para tener en cuenta cualquier eventualidad, le ayudaron a preparar su muerte. Esperaba que el tiempo que le quedaba fuera una experiencia positiva para los que le rodeaban y los mejores de su vida. Teniendo en cuenta que la mayoría de la gente no dispone con tanta certeza de cuando le llegara el momento de abandonar este mundo, él se consideraba una persona muy afortunada. Elaboró una lista de personas de las que le gustaría despedirse. Y le salieron unos mil allegados. Para todos ellos ideó algo emotivo y especial para que le recordaran con cariño. Así localizó a un periodista y antiguo compañero de facultad, con el que tan sólo se felicitaba las Navidades, pero con el que había tenido una relación cordial, y del que se despidió simplemente con un adiós. Preparó su funeral, con la ayuda de su esposa Corinne, con la que compartió sus últimos momentos mágicos. Arañó todo el tiempo posible para pasarlo con sus dos hijas y le escribió cartas a sus dos nietos para que cuando fueran mayores pudieran leerlas.

Poco a poco se fue marchando. æpermil;l lo sabía. Antes de perder la consciencia, le comentó a su esposa que él ya había hecho todo lo que podía hacer, y que ahora le tocaba a ella tomar el mando. Corinne es la que escribe el último capítulo de la vida de su marido.

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