China, para lo bueno y lo malo
El crecimiento irrefrenable de los últimos años ha convertido a China en el claro exponente (casi exponencial) de país emergente. China ha emergido como un actor de peso en lo económico e irá ganando protagonismo en lo político con el paso de los años. Su ritmo de crecimiento podría convertir a esta economía todavía emergente en la primera potencia económica mundial en no demasiado tiempo. Algunos fijan el año 2050 como fecha tope para que se produzca el relevo y Estados Unidos ceda el testigo al gigante asiático.
El peso creciente de China en la economía mundial se ha puesto de relieve esta semana, cuando por primera vez el desplome de los mercados de valores del país se ha extendido al resto de las Bolsas con la velocidad de un reguero de pólvora.
Vale que la profunda caída de los mercados mundiales el martes no se explica solamente por el recorte sorpresivo de las Bolsas chinas. Y vale que la preocupación global no radica en los intentos del Gobierno chino de contener la especulación de sus mercados, sino en los riesgos que amenazan a la economía estadounidense.
Pero es la primera vez que China detona un colapso mundial de los mercados, lo cual es un factor a tener muy en cuenta.
El exuberante crecimiento de China tiene aspectos positivos, entre los que destaca el favorecer el reequilibrio del crecimiento mundial. La emergencia del gigante asiático evitará que Estados Unidos sea el único motor de la economía global, favoreciendo quizás ciclos más suaves cuando las cosas vengan mal dadas al otro lado del Atlántico. El descenso de la demanda de los estadounidenses puede verse compensado por la creciente demanda de consumo por parte de los 1.300 millones de chinos.
China está creciendo y, para bien o para mal, su influencia va a ser cada vez mayor en la economía y los mercados globales. Eso incluye su contribución al crecimiento global, pero también el riesgo de que las crisis en el país se contagien al resto del mundo.